26 jul 2017

El olvido que seremos - Héctor Abad Faciolince

26 jul 2017

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Una mala decisión puede acabar con la vida de una persona, una mala decisión puede malograr nuestra percepción de un libro. Y tomé esa mala decisión al curiosear los comentarios de El olvido que seremos antes de leerlo: todos elogios y puntuaciones de cinco estrellas. Y, naturalmente, las expectativas se incrementaron innecesariamente. Esperaba una prosa arrolladora, un gran dominio técnico o una trama trepidante o, en todo caso, algo más que una historia feeling. O quizás es que no soy tan aficionado a historias autobiográficas sobre el padre del autor (que al final siempre se muere), en la onda de La distancia que nos separa de Renato Cisneros o La invención de la soledad de Paul Auster.



Pero después, cometí un segundo error: dejarme llevar mucho por las ideas, las posturas, las críticas contra todo y todos que pululan en la obra. Si no son acusaciones contra la derecha, son contra la izquierda y principalmente contra la Iglesia Católica. No en vano, Vargas Llosa dice en la contraportada que este libro es "uno de los más elocuentes alegatos que se han escrito". Y a mí personalmente no me gustan mucho los alegatos, al menos cuando leo una novela prefiero que tenga más literatura que ideas, por bienintencionadas que estas sean.

La primera parte del libro puede resumirse en el testimonio de un niño que cree que su padre es casi Supermán. Un oasis de felicidad y si hay algo aburrido en un libro es describir la felicidad, y es muy difícil también, aunque podríamos decir que el autor sale bien librado del trance, con sus capítulos breves y sencillos, que titula cuando quiere, de una niñez paradisíaca. Luego vendría la acción, y de qué manera, donde la muerte y el dolor se hacen presentes, narrados de forma serena pero emotiva y esas son la mejores páginas del libro.

Pero como dije, estamos ante un alegato. Y, como todo alegato, puede caer en contradicciones. Es un poco contradictorio que el narrador critique a la izquierda por considerar a la gente feliz como reaccionarios, por ser felices en un mundo lleno de dolor (p. 153) y que, por otro lado, el mismo narrador cuestiona la aparente alegría del obispo en la misa del velorio de uno de los personajes (p. 182), como si solo ciertos dolores nos permitan el lujo de la alegría. Es también contradictorio, o al menos curioso, que el narrador desconfíe de la bondad intrínseca del ser humano, apartándose de un Robespierre e insista en las mezquindades de la naturaleza humana (p. 188) y no reconozca que el catolicismo coincide en los mismo desde hace siglos, apartándose de la idea rousseauniana de que el hombre "es bueno por naturaleza" y, por el contrario, asumiendo que todos nacemos con el mal dentro, llamándo a esto, sino me equivoco, "pecado original".

Pero, vamos ¿no estamos todos llenos de contradicciones? De hecho, el propio libro las admite ¿Es contradictorio ser ateo y tener una cita bíblica preferida (p.219)? Quizás sea un signo, de inteligencia, de tolerancia, ir más allá de nuestras convicciones. El padre modelo de la obra es lo suficientemente tolerante para poner a su hijo en un colegio, porque es consciente que es el mejor lugar de los que hay (p. 90) y suficientemente inteligente para admitir que estaba equivocado acerca de la real situación de la URSS (p. 85). 

Y el mundo también es contradictorio. Así como hay curas depravados (p. 88) hay otros que dan su vida en la lucha contra las injusticias (p. 228). Así como los romanos martirizaron a los cristianos, luego estos martirizaron a los nativos americanos. ¿Cuál es entonces el camino a seguir? ¿Cómo vencer estas paradojas cuando todos somos incoherentes y nada consecuentes? Para el autor, tal vez la respuesta sigue siendo su padre.

Probablemente estas contradicciones son una forma de llegar a un equilibrio, como sucede con el padre y la madre del narrador, ambos bastante contradictorios, como se advierte del capítulo 20, pero felices. Quizás estas contradicciones sirvan para no caer en fundamentalismos, pues todos son perniciosos (p. 100).

En resumen, estamos ante un libro hermoso y sencillo, pero como tantos otros libros buenos, así como el señor Héctor Abad padre era un buen ser humano, como tantos otros. Igual, tanto los buenos libros, como las buenas personas, todos seremos víctimas del olvido que somos y seremos.

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