31 ene 2012

Cosas que pasan en la oficina

31 ene 2012

14 floritos
No sé si ha sido la lectura de Amado Amo de Rosa Montero o la cada vez más complicada e irrespirable atmósfera de mi centro laboral, lo que me ha hecho verlo de otra forma. Cuando ciertas cosas pierden importancia, uno tiene la ventaja de apreciarlas desde un punto de vista distinto que, al menos, tiene la ventaja de ser diferente. Y es que a veces no conocemos a la gente con la que trabajamos.


                   

1. Como cualquier día entro a marcar tarjeta y me encuentro con que uno de los vigilantes, distraído, lee un libro, que hasta ahora no he leído (El padrino de Mario Puzo). El otro guachi también tiene sus inquietudes literarias. Una vez conversando, me juró que tenía la primera edición de La ciudad y los perros (con sobrecubierta y todo) y que me la vendía a un módico precio. Le digo que primero lo traiga y de ahí hablamos. Hoy se lo vuelvo a recordar.

2. Mientras tomo el ascensor, debo hacer una precisión. En mi anterior trabajo, con toda la conchudez del mundo, llevaba señores ladrillos como 2666, Historia del Rey Transparente, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o la trilogía Millenium. Podía leer durante horas, tranquilo y a nadie le importaba mucho, de vez en cuando la clásica pregunta, pero nada más. En esta chamba en cambio, tenía que actuar con un poco más de cautela, para que piensen que también trabajo de vez en cuando. Sin embargo, parece que igual se dieron cuenta.

3. Entro, me siento, prendo la compu y todo empieza otra vez. ¿Cómo empezó esto de los libros? Con unas chelas de más: la clásica salida de viernes, para "integrarse un poco" y un pata, ya bien sazonado, me cuenta su drama: su novia era profe de Literatura y el "no quería quedar mal" pues le arrochaba no haber leído nada de nuestro Premio Nobel (y en realidad de ningún otro autor). "Ayúdame pe" me dijo y le sugerí que empiece con Los cachorros o Los jefes. Incluso le prometí comprarle alguno por ahí. Nunca lo hice (y el creo que ni se acuerda que alguna vez me lo pidió).

4. Pensé que la cosa quedaría ahí, pero no. Una de las chicas que se sienta cerca mío me comentó que paraba aburrida y sin nada que hacer (vive sola) y que si le podía hacer el favor. De recomendarle un libro, por siaca. No se me ocurría nada en ese momento, pero le presté Tokio Blues, que al menos tiene bastante sexo. Sin embargo, ya pasaron dos meses y nada, creo que va en la tercera hoja (luego me enteré que su libro favorito es Mujercitas).

4. Tendría más éxito con otras chicas (en las recomendaciones). Una me pidió que le recomiende un libro gracioso o entretenido y le pasé Nuestro hombre en La Habana de Graham Greene (por lo menos llegó a la mitad). Otra me pidió que le pase La Tía Julia y el escribidor y le gustó mucho, aunque me dijo que ya se imaginaba el final (a lo que no pude responder porque no la he leído). Una amiga del otro piso me pidió que le recomiende algo y le pasé El extranjero y La perla, que por lo que me dijo, creo que le gustaron. Ella me devolvería el favor agenciándome La naranja mecánica.

5. Pero de todas las chicas, la más especial es sin duda P. Siempre almorzamos juntos y hoy no es la excepción. Todo empezó justamente en una conversa de almuerzo en que estábamos ella, una amiga X y yo. La amiga X no paraba de elogiar a su novio (director de una revista, con un par de libros de crónicas y cuentos encima y que se autodenomina escritor). Así, nos relataba que se había hecho muy amiga de Daniel Alarcón, que iba a cada rato a la casa de Ampuero (ignoro si esto implica que los leía) y cuando la conversa giró hacia lo "librístico", P. empezó a sentirse un poco perdida. Fue ahí cuando me dijo "¿Me puedes recomendar un libro?" Como ya se habrán dado cuenta, las recomendaciones no son mi fuerte, así que solo le pasé tres de mis favoritos: Prosas apátridas, Todos los fuegos el fuego y uno de Herman Hesse. Al final, solo leyó el primero.

No obstante me devolvió el favor y me pasó Trece mentiras cortas de Gustavo Rodríguez, obra que, según me comentó, le gustó muchísimo y que leyó en un día. Agradecí su generosidad, lo leí y coincidimos (es cierto que se lee en un día).

Y es que supongo que hay que tener cierto tacto o habilidad para que una persona lea algo que le recomiendas. P. me comentó que en el colegio le habían obligado a leer La Ilíada, Los miserables o Don Quijote entre otros clásicos librísticos y me sorprendió no solo que haya leído tantos básicos que tengo pendientes, sino que, a pesar que usaron un método tan bárbaro con ella, puede todavía encontrarle gusto a la lectura.

6. De tantas recomendaciones y horas que me ven leyendo en vez de trabajar, no era de extrañarse que, el día del cumple de jefe, las chicas que se encargan de comprarle la torta y esas vainas, me pidieron que les sugiera algún libro para regalarle. Les dije un par de títulos (incluso Desgracia de Coetzee, a riesgo que lo tome como una indirecta a su gestión). Quizás debí sugerir algo de Roberto Bolaño, recuerdo que una vez me encontró leyendo La literatura nazi en América, y se acercó a preguntarme, no por el manifiesto incumplimiento de mis obligaciones laborales, sino por la obra. Había leído al chileno antes, por lo que me contó. 

Finalmente le compraron Siddharta y cada vez que me veía, cuando se enteró que fui el de la idea, se me acercaba y me comentaba como le iba con el libro. Muy buena onda mi jefe. Quizás el mejor que he tenido.

7. Lástima que todo tiene su final. Y es que por esas cosas que pasan, mi jefe renunció y su reemplazo no fue muy chévere que digamos: un patín con un par de premios y libros de cuentos bajo el brazo pero, a diferencia del jefe buena onda, el nuevo mandamás era algo soberbio y poco amistoso (¿así son todos los escritores?).

A pesar de eso, ingenuo de mí, cuando vi que su "opera prima" era rematada a una luca en una ruma de libros en el Centro, decidí adquirirlo, un poco para conocerlo mejor (primera vez que tengo que leer un libro para conocer a mi futuro jefe). Fue una lectura un poco extraña ¿Con cuánta objetividad puede leer uno el libro de alguien que sospechas te va a despedir? Sin embargo, aunque mal recomendador, no creo ser tan mal comentarista o juzgador de la obra ajena: el libro era muy bueno, relatos relacionados entre sí, una atmósfera bien creada y un gran manejo del lenguaje.

Ahora estaba frente a un dilema completamente distinto. Naturalmente, la idea de ir y expresarle mi gusto por su texto estaba descartada, pues sería sospechosamente parecida a la tradicional sobonería (y pedirle un autógrafo ya hubiera sido asqueroso). Quizás debí venderlo a algún compañero más experimentado con la franela, pues todos sabíamos que el flamente superior jerárquico no tenía muchas ganas de seguir trabajando con nosotros lo que, con el correr de los días y de los libros prestados, hizo que la situación se ponga algo tensa. Para esto mi pata (el de la novia literaria) ya la había convertido en su esposa y madre de su futura primogénita (en realidad el orden fue a la inversa), y sus preocupaciones no iban precisamente por leer a Vargas Llosa: "pucha, ahora como voy a mantenerlas, ya fuimos, nos van a botar a todos como basura" musitaba antes de secar su vaso. Ante ese problema solo alcancé a decir "Dos más, por favor".

8. Fue por eso que, a pesar de los libros prestados (y no devueltos en algunos casos), decidí presentar mi renuncia y decir adiós a mis compañeros.Creo que en el fondo los voy a extrañar...

No, no hay forma.
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