En Nueve ensayo dantescos (1982), Borges lamenta la imposibilidad de acercarse a La Divina Comedia con total inocencia. Cierto, todos ya tenemos alguna imagen mental de esta. A pesar de eso, no he leído en su totalidad el texto del argentino porque, creo, debo recorrer primero las páginas de la obra de Dante. Tal vez debí hacerlo antes de venir a Florencia. Sobre leer la obra original antes del "homenaje", crítica o parodia, ya comentamos hace un tiempo. Así que no le tengo miedo a los spoilers, ni tampoco a viajar solo. Tomo el tren.
Luego de buscarla entre las estrechas callejuelas, casi escondida, encuentro la casa de Dante Alighieri.
Aparentemente, no es ni de lejos la atracción más popular de la ciudad, comparada con otras, atiborradas de visitantes. No había cola para entrar, de hecho, creo que era casi el único cuando crucé la puerta más o menos a las 3 de la tarde.
Si las hordas de turistas son el infierno, este pequeño museo goza del silencio del purgatorio. Tiene varias infografías de como era la ciudad durante la época en que se escribió La Divina Comedia.
También originales de las primeras ediciones ilustradas.
¿Valen la pena estas casas de escritores? Como monumento, a veces termina siendo más una tienda de souvenirs y su papel pedagógico o de difusión es casi simbólico: difícilmente una visita motive a leer más sobre el autor al eventual entusiasta preocupado más por completar su checklist de pendientes y fotos. Se entra más por curiosidad, como a la Casa de la Literatura que funciona tal vez porque no está dedicada a nadie en particular. En Prosas Apátridas, Ribeyro comentaba que no solía visitar la "casa del artista", "(...) se trate de Balzac, Beethoven o Rubens y prefiero la compañía de sus libros, melodías o pinturas. Las reliquias segregan un aroma de tristeza, de fugacidad y sobre todo de ausencia, pues son el signo visible de lo que ya no está". Creo que nos gusta visitar los lugares donde pasó un autor porque es parte del rito de paso del "enfermo de literatosis", como pedir un autógrafo o tratar de averiguar todo sobre nuestro escritor favorito. En El mal de Montano, Vila Matas también acude a la casa de Kafka, sino me equivoco.
Para compensar (?) leí Inferno de Dan Brown. Es mejor algo más dirigible para no sobrecargarme de estímulos, acercarme con humildad a la imponente ciudad -un auténtico museo al aire de libre- y no tener que fingir que sé mucho de arte. Ya no alcanzo a ir a los jardines Boboli, donde empieza el recorrido por el centro de la ciudad en el libro (y en la película), así que voy de frente al Palazzo Vecchio. Buena parte de la acción se da en el Salón de los Quinientos, que en su momento fue el más grande del mundo. Impresionante.
Alrededor del Salón, una docena de estatuas haciendo referencia al título de una novela de Agatha Christie: Los doce trabajos de Hércules. Algunas esculturas son muy expresivas.
En el piso superior, encuentro la máscara mortuoria de Dante (¿no debería estar en el museo?), la cual también es parte importante de la aventura de Robert Langdom, pues da una pista con el fin de (para variar) salvar al mundo.
Lo que sí me causa mayor intriga es comprobar el salón de los mapas en el que los protagonistas escapan por una puerta secreta que se encontraba detrás de un enorme globo terráqueo. Sip, existe realmente ese pasadizo escondido detrás del mapa de Armenia, pero para atravesarlo hay que pagar un tour especial y no me da para tanto.
Ya es de noche y a unas cuadras está el Baptisterio de la catedral de Santa Maria dei Fiore, donde se supone Dante fue bautizado y, de hecho, era el lugar donde hasta el siglo XIX todos los habitantes de la ciudad celebraban dicho sacramento. En ese escenario, los personajes de Inferno tienen que concluir su viaje florentino, para partir a otra ciudad. También le pongo punto final, pero para ir al hotel. Mañana habrá mucho más que ver.
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