13 ago 2018

Formas de dividir un libro

13 ago 2018

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Quiérase o no, se necesita orden. En la vida, en la casa, en el trabajo. Este año disfruté mucho La magia del orden de Marie Kondo, un simpático manual para exterminar a los maremagnums del hogar (sí, amigo hipster, se puede disfrutar un libro de autoayuda aunque no le hagas caso a los consejos). 

Como es predecible, en los libros también es importante el orden. No me referiré al orden de una biblioteca y si es una forma sutil de crítica. Yo ordeno por autores, casi siempre, dándoles un sitio de honor en el mejor librero a mis favoritos y colocando a los menos afortunados en unos estantes de fierro medio oxidado. Con algunas excepciones, como los libros de tapa dura, que no se dañan, ni se ensucian las hojas en repisas metálicas, a diferencia de las ediciones rústicas en que el papel entra en contacto directo con la superficie. Para ellas, la eficiencia del melamine se convierte en su más practico hospedaje.



En realidad, estaba pensando más en el orden estructural del libro, la forma en que el autor construye el "esqueleto" de la obra: una de las alternativas del novelista, de las que Ribeyro no discurrió en su artículo del mismo título en La caza sutil, pero no tocó el tema tal vez por falta de orden.

Así como el autor de Los gallinazos sin plumas relata que el escritor debe escoger primero el idioma, luego el lenguaje, el tipo de narrador, la persona gramatical, etc. cuando escribe, me pregunto si además pensará en como dividirá -ordenará- el texto ¿Por capítulos, partes, secciones? ¿Sin necesidad de estos? ¿Cómo serían estas partes?

Parece obvio, pero no lo es tanto. En algunos casos sí, cuando la novela asume ya una forma, por default, por así decirlo. Son los casos de novelas con forma  de diario (como La tregua de Benedetti) o en forma de intercambio epistolar (Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver) o una mezcla de ambos (Drácula). Pero esa ya es una decisión, también.

Una primera opción es simplemente escribir, páginas y páginas, sin ninguna división, como en Jota Erre de William Gaddis. Pero, créanme, es pesadísimo para el lector. Otra es dividirla en partes, aunque no se numeren, a lo García Márquez o Saramago. Ahí es mucho más accesible, o puede ser que se deba a la extraordinaria habilidad de los mencionados maestros.

Por eso lo más común es "repartir" un libro en partes. Pueden ser cantos (como los 24 de la Odisea) o capítulos (como los 24 de Otra vuelta de tuerca). Muchas veces se encabezan con números romanos, aunque claro también con números arábigos que pueden ser escritos en letras, como en algunos libros de Vargas Llosa, o incluso con doble numeración como en 4, 3, 2,1 de Paul Auster. A veces los capítulos tienen cada uno un título como en Redoble por Rancas y en otros casos no, como en varias obras de David Safier. O tienen título pero no número como en Libertad de Jonathan Franzen.

Estas partes o divisiones no necesariamente son arbitrarias o tienen como objetivo solo hacerle más ordenada y fácil la lectura al que está del otro lado, sino que responden a un patrón. Hay libros divididos en estaciones del año como Marcovaldo de Italo Calvino, montos de dinero como en Quien quiere ser millonario, estancias de edificio como La vida, instrucciones de uso, días de la semana como El nombre de la rosa, por entrevistas como en Guerra mundial Z o haciendo combinaciones: por ejemplo Los detectives salvajes tiene partes escritas como diario y otras por testimonios. Y hay infinidad de ejemplos más. El Ulises debe ser el libro en que cada capítulo, al menos en teoría, tiene más significados asignados.

En algunas ocasiones este patrón se va alternando, como cuando el relato varía si el capítulo es par o impar. Ejemplo de esto lo encontramos en capítulos divididos por personajes como 1Q84, por ciudades como en Windows of the World de Beigbeder o líneas temporales como en El pez en el agua. Sé que esta última no es una novela, pero su autor suele usar esta técnica.

Pareciera que no eso fuera suficiente, pero para algunos escritores no lo es, pues se agrega una segunda categoría. Muchos libros se dividen en partes (primera parte, segunda parte, etc.) y luego en capítulos como Expiación de Ian McEwan. Otros a su vez agregan una tercera categoría, que puede estar numerada como en El Anatomista de Federico Andahazi o no estarlo, como en La ciudad y los perros. A veces me he encontrado también con un capítulo dividido en "titulares" como algunos de Las correcciones, La maravillosa vida breve de Oscar Wao o el capítulo VII de la obra más famosa de Joyce. Y el que creo que es el récord de la materia debe ser Graham Greene que en varias de sus obras "filetea" el texto en partes, secciones, libros y capítulos, y hasta más, mezclando números romanos y arábigos.

Más allá de estas múltiples posibilidades, queda pendiente la pregunta de cómo deben ser cada uno de estos capítulos. Aunque lo parezca, no necesariamente todos tienen la misma extensión o intensidad. Es conocida la anécdota sobre El mundo es ancho y ajeno que, aunque contaba con veinticuatro capítulos, los primeros son más largos y complejos y los últimos se van reduciendo pues, supuestamente, el autor tenía que entregar la obra a un concurso y estaba contra el tiempo.

Aunque normalmente los capítulos suelen tener una extensión de varias páginas en que se describen escenarios, acciones y personajes, esto no tiene que ser así siempre. Hay libros en los que los capítulos son muy breves, a veces de dos hojas y tan dísimiles como Seda de Baricco o los superventas de Dan Brown.

¿Cuál es el mejor método? No existen reglas al respecto. Si alguna vez escribo una novela, trataré de que los capítulos sean breves porque 1) te hacen sentir que estás avanzando rápido y eso motiva a la gente que siempre está apurada y 2) Te dejan con ganas de más, en la parte más interesante. Me parece que un cliffhanger funciona mejor en un capítulo corto que en uno extenso. Pero ese es otro tema. Es hora de ponerle fin a esta parte, capítulo o lo que sea. Para mantener el orden.
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7 ago 2018

Mi FIL favorita en mucho tiempo

7 ago 2018

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En realidad, ya desde hacía un par de años la Feria Internacional del Libro de Lima venía cambiando, aunque no me daba cuenta. Como comenté en 2016, el solo hecho de que venga por primera vez un premio Nobel a una, la hacía diferente. Asumir el reto de hacer algo que implique libros y a que la vez sea popular es difícil en el Perú. Novedades constantes y ventajas de acceso al público son la mejor arma para vencer la resistencia de enfrentarse a la incomodidad de las bulliciosas multitudes y la desgastante rutina repetitiva del mismo lugar, las mismas empresas y a veces hasta los mismos títulos. Este año, sin duda, se logró.

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Desde hace años propuse crear un abono que permita entrar a la Feria todos los días. Y en esta edición, mi clamor fue escuchado y, lo que es mejor, quedó demostrado que era una buena idea. Ojalá que el FanFIL se siga manteniendo ¿Será casualidad que este año es la primera vez que no escucho quejas por el precio de las entradas? Tal vez no. 

El país elegido este año fue España y la exposición "Objetos con historia (s)", una serie de efectos personales de 14 escritores nacionales y extranjeros.

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Sobre los invitados, quizás sea la mejor FIL que recuerde: traer a un escritor de la calidad y prestigio de Jonathan Franzen no es fácil y además estuvieron también Rosa Montero, Ray Loriga, Santiago Posteguillo, Paolo Giordano, Jorge Volpi, Margo Glantz entre otros. Pensar que antes los invitados más renombrados eran Pedro Suárez Vertiz o el Dr. Pérez Albela.

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Si en 2015 se destacaba la llegada de Random House al Perú, ahora no se puede menos que celebrar el regreso de El Aleph, donde suelen están las mejores ofertas y al que se aconseja ir primero.

También hubo otros momentos para recordar como el espontáneo aplauso a Gustavo Gorriti (del que comentamos Sendero); la protesta en la presentación de Gustavo Faverón (del que comentamos El anticuario) y la queja de Marco Avilés (del que comentamos No soy tu cholo) por el retiro intempestivo de su presentación, en la que incluso era ponente un congresista.

He recuperado un poco la fe en la FIL, la cual había ido perdiendo últimamente, Supongo, que habrá que hacer lo mismo con el país. Aunque a los jueces les guste hablar de otros libros.

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