19 may 2025

"Libro del desasosiego" - Fernando Pessoa

19 may 2025

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 "Y en la mesa de mi cuarto absurdo, despreciable, asalariado y anónimo, escribo palabras como quien salva su alma"

"Lo que nos ocurrió, o bien les ocurrió a todos o sólo a nosotros; en el primer caso, nunca será novedoso, en el segundo, siempre será incomprensible. Si escribo lo que siento es porque así atempero la fiebre de sentir".
"La soledad me llena de desconsuelo, estar acompañado me oprime"

"Escribo acunándome, como una madre loca a un hijo muerto”.



Imposible elegir, entre tantas frases, solo una de las mejores.
Siempre el hastío, el dolor, la rutina en la Rua dos Douradores.

"Dios es que existamos y que eso no sea todo"

"Haber leído ya los Pickwick Papers es una de las grandes tragedias de mi vida (No puedo volver a releerlos)"

"Cuanto mejor es ver que pensar y leer mejor que escribir"

Continuador de Bartleby, primo hermano de Kafka  y más existencialista que todos los que después serían reconocidos como tales. Extraño hijo entre Prosas apátridas (por los textos breves ordenados con números) y La tentación del fracaso (el principal deseo secreto de todo el libro).

Toda una experiencia ontológica, aunque reniega tanto de esta como de la epistemología. Como una lluvia fría, monótona y deprimente, incansable melopea a la que estamos condenados pero que nos lava y limpia.

Algo baladí mencionar tantas influencias: aparecen Las mil y una noches, El rey Lear, La Ilíada y se menciona a Amiel, Verlaine, Chautebriand y muchos poetas portugueses, sobre todo a Cesário Verde.

Contradictorio y caótico, obsesionado por el clima, esquizofrénico con todo (los heterónimos no se pueden disimular), insistente en instilar su doctrina en el ánimo de lector. Realmente cumple y produce desasosiego.

Su constante desprecio por los viajes "Cualquier poniente es el poniente, no es preciso ir a verlo en Constantinopla"
"Todos tienen un jefe de oficina con el chiste siempre inoportuno y el alma ajena al universo" (419)

"Nada penetra en nada, ni los átomos ni las almas"

Demasiados signos de interrogación y de admiración, todo muy de su época. Angustia y dolor vallejianos, pero que podría tener menos páginas. Será calificado de machista, estúpido, satánico y hasta pederasta, es cierto que se manda con afirmaciones bien estúpidas, pero así es la vida, en suma.

Mis favoritas: (así, en formato desordenado, como los papeles que dejó el autor)

42
49
59, 61, 62 - la náusea sartreana (antes que Sartre)
69 muerte
71 "sentipensar"
80
84 "esa varón"  
91
97 super ribeyriana"
116-117 literatura
128 oficina
138 igualito a la de Prosas apátridas, diferencia entre culto y erudito
145 ídem, durar y la gloria literaria
149
180- escribir
190
193
208
209
227 prosa
232 !!!
245
254 Dios    
259 "Mi patria es la lengua portuguesa"
260 arte, ficción y mentira
263 hastío
270 arte
274
277 los floro misio
279 practicante
281 semisueño
283 libertad
290-291 imposibilidad de escribir
301 no rebajarse nunca a dictar conferencias
303
333 mosca insistente!
373 la vida es un viaje experimental
407 niño
409
452 viajero
454 leer periódicos
462
464 soy misio
466 espejos abominables
471 la vida es sueño
479 ¿que habrá sido de él?
y el Diario lúcido
Milímetros (sensaciones de cosas mínimas)
"Una carta"
"Viaje nunca realizado"

Si leer es un viaje, este quizás lo soñé.

Pocas veces he sentido un deseo tan intenso de comprarme un libro

Quizás debí haberlo leído de chibolo.

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6 feb 2025

Por qué no llevo libros a un viaje

6 feb 2025

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Scrolleando hace tiempo, me topé con uno de esos tweets de generalizaciones estúpidas en que alguien dice que odia a la gente que lee en el bus (?). Así que, para estar a tono, comentaré las razones de mi desacuerdo con la gente que lleva libros a un viaje o peor, a la playa.

(Llevar un libro a la playa sí me parece un despropósito total. Con el calorzaso y el brillo solar hasta los ojos se cansan más - no me parece tan cómodo leer con lentes oscuros, pero bueno). Y encima, la arena y el agua, tremendos enemigos del libro. La playa es para ir a meterse al agua el mayor tiempo posible, porque estar sentado en la arena lo puedes hacer hasta en un parque. No sé porque me imagino que a la gente que lee en la playa siempre le cae un pelotazo de la forma más cómica, por no prestarle la atención respectiva al majestuoso espectáculo del mar que uno tiene al frente).

Me gusta viajar, pero nica llevaría libros a un viaje. Sería como querer leer mientras se hace el amor. Por tratar de hacer ambos, no se disfruta ninguno. Es que viajar es una experiencia orgánica, que incluye todo, hasta las cosas malas: vuelos retrasados, hoteles sin TV, largas colas, es decir, todos los momentos en que se supone que tener un libro a la mano te sería útil. Porque en un viaje todo suele ser diferente, más si es la primera vez que se visita el lugar, el tiempo que se invertiría leyendo es el que se perdería para mirar y escuchar el entorno y las personas que quizás nunca más se vuelvan a ver.

Además, con las nuevas aerolíneas, cada espacio cuenta. A veces con las justas se puede llevar una mochila de mano y difícil meter más de un volumen, incluso solo uno, sin maltratarlo. Como con el equipaje, llevar libros a un viaje quita espacio a nuevas experiencias y, por supuesto, a nuevos libros ¿Dónde voy a meter todo lo que he comprado si ya tengo la maleta con inquilinos? Por eso nunca llevo libros a un viaje, aunque suelo traer varios. Dicho de otra forma, y como parte de una más de mis múltiples contradicciones, confieso que a veces leo en un viaje, pero solo en el viaje de vuelta.

Obviamente, los que saben hacen todo lo contrario.

“Por eso siempre he acarreado pesos descomunales en mis maletas de viaje (¡vivan los libros electrónicos!), aterrada por el riesgo de caer algún día en la apabullante soledad, en el vértigo que la ausencia de lecturas origina. Y aun así, pese a lo previsora que soy (o lo maniática), una vez me quedé varada varios días en un pueblecito de la India sin nada que leer: aún lo recuerdo con gran desasosiego”.

                                                                                                                                    Rosa Montero - El amor de mi vida

Como me gustaría estar en un pueblecito de la India. Ahí, lo último que pensaría es en leer. Aunque después me arrepentiría, quisiera probar.

Por supuesto, hay algunas excepciones a la regla. Vargas Llosa llevaba libros para superar su miedo al avión pero eran breves y casi ni afectaban la aventura, solo se usaban mientras se estaba en el aire. Creo que García Márquez también tenía esa fobia.                

Siempre viajo con libros, incluso si se trata de viajes cortos. Al hacer el equipaje, los elijo de forma más bien impulsiva, pero probablemente haya alguna lógica en esas decisiones. Suelo llevar, por ejemplo, dos o tres novelas cuya compañía me resulta necesaria. Es absurdo, es romántico, pero no puedo evitarlo: simplemente me siento más seguro rodeado de esas dos o tres novelas que he leído muchas veces y que siempre tengo cerca (…) Pienso que viajar sin ellas sería peligroso.

                                                                                                              Alejandro Zambra - No leer

A mí también tener un libro en la mano me hace sentir más seguro o por lo menos más cómodo. Por eso siempre tengo uno en la oficina o en el bus. Y precisamente por eso no lo llevaría a un viaje: porque quiero cambiar de rutina (y no pensar en la oficina ni el bus). De hecho, creo que la idea de un viaje es justamente olvidarse de la seguridad de la rutina, es sentirse un poco menos seguro. Un buen viaje tiene que ser un poquito peligroso sino ¿para qué?

Porque habiendo tantas cosas que hacer en un viaje, que aburrido viajar miles de kilómetros para hacer lo mismo que puedes hacer en el sofá de tu casa. Tal vez porque para mí los libros son casi mi trabajo, lo normal, la rutina. O es que, en el fondo, no me gusta tanto leer. Si fuera guapo y millonario, probablemente no lo haría porque me la pasaría en mi casa de playa o viajando. Por eso, no es raro que, por ejemplo, Cristiano Ronaldo, no lea. Simplemente no lo necesita. Y a los futbolistas, que son de los que más viajan, rara vez se les ve con un libro en la mano (con excepción de Nico Williams y su club de lectura). Lo tienen claro.

Leer es viajar sin moverse y no se puede estar en dos viajes a la vez.

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30 ene 2025

3 versiones de unos tragos en 1975

30 ene 2025

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Un crossover puede ser forzado, pero algunos son reales. De hecho sucedieron. Como una fiesta de escritores. Antes me imaginaba como habría sido una entre mis autores favoritos: de qué conversarían (¿conversarían para empezar? ¿o la timidez los ahogaría a todos?), quien pondría la música, quien iría con pareja o en busca de una, quien se emborracharía primero,  en fin, esas cosas que pasan en las reuniones.


Creo que Donoso en Historia personal del boom comenta de algunas de estas parrandas, en las que estaban los gigantes de ese movimiento. Aunque hay otra que me gusta más, una reunión entre algunos escritores quizás considerados menores, pero más entrañables, al menos para mi. Estoy pensando, obvio, en Ribeyro y Monterroso, que estuvieron fuera del boom o a pesar de él y tal vez sea esa la razón por lo que me gustan tanto. Y pienso también en una vez que se encontraron y que pudieron ser dos.


Si hay foto, hay video, dicen.



Primero, la versión de Julio Ramón, según La tentación del fracaso:


“30 de mayo


Anoche cena en casa de Manuel Scorza, con motivo del paso por París de Juan Rulfo y Tito Monterroso. Aparte de los nombrados estuvieron Alfredo Bryce, Jorge Enrique Adoum, Sergio Pitol, Enrique Lihn, Claude Couffon, Queca Edwards (hermana de Jorge) y una gran cantidad de damas y señoritas que no conocía. Reunión amena, con mucho vino, salvo para Rulfo que desde hace años sólo bebe Coca-Cola. Rulfo respondió a la imagen que me había hecho de él a través de referencias de amigos: discreta escurridiza hermético. Cabeza pequeña, cutis seca contextura frágil. Conversamos poco en realidad, pues fue muy acaparado por algunos caballeros y especialmente pegajosas damas”.


Menciona entre los invitados a Alfredo Bryce y Jorge Enrique Adoum. Leamos sus impresiones:


"Una tarde, probablemente en 1973, Manuel Scorza improvisó una reunión en su casa, por la llegada de Juan. Hay una fotografía (que figura en alguno de los libros autobiográficos de Alfredo Bryce Echenique, que vivía en París) en la que aparecen, junto a ellos, Enrique Lihn, Julio Ramón Ribeyro, Tito Monterroso (a menudo viajaba a los mismos congresos que Rulfo), Waldo Rojas (había publicado hacía poco Cielo raso), Sergio Pitol (me lo había hecho conocer Mario Monteforte Toledo) y el escritor y traductor Claude Couffon, entre franceses que solo parecían saber que allí se podía comer y beber".


Jorge Enrique Adoum

De cerca y de memoria 


Y lo que cuenta Alfredo Bryce: 


"Lo vi dos veces en 1975, en París y en México, siempre con esa actitud del hombre que vive en voz baja y como pidiendo permiso. Su visita a París, a finales de la primavera, dio lugar a una serie de reuniones en las que siempre aparecía, para desesperación de Juan, una funcionaria mexicana que parecía tener un queso camembert en la cabeza, por toda materia gris. Se pegaba a Rulfo constantemente y no dejaba de hacerle cualquier tipo de preguntas, menos las adecuadas o inteligentes. Juan le había tomado verdadero espanto, y a cada rato le huía con el pretexto de una inexistente corriente de aire que lo obligaba a desplazarse hacia un lugar más abrigado. Pero no había nada que hacer y la funcionaria lo seguía sin darse cuenta de nada, y nuevamente se arrancaba con otra andanada de preguntas.

—Don Juan —le dijo, de pronto—, ¿ha leído usted El capital de Karl Marx?

—No, señorita —le respondió Rulfo, con su voz baja de siempre y la actitud de santa paciencia que adoptaba en estos casos—, no lo he leído pero lo he visto en el cine".


Permiso para vivir (Antimemorias 1)


Como dice Bryce, fueron “una serie de reuniones”. Y la siguiente fue en su propia casa, aunque Ribeyro no asistió, según cuenta en su diario, tres días después:


“2 de junio


Desistí de ir a la casa de Bryce, donde estaban Rulfo y Monterroso. Cuando ponía los pies en la calle empezó a llover y eso fue para mí como una advertencia. La naturaleza me ordenaba dar marcha atrás y la obedecí dócilmente. De este modo a las ocho de la noche estaba ya en la cuna, viendo por televisión una película policial. Facilidad con que cambio un proyecto por otro. La reunión en casa de Bryce nunca volverá a repetirse, fue probablemente una de esas situaciones únicas e inolvidables. Odio la lluvia”.


¿Y la versión de Monterroso? Hay, digamos, casi algo así en La palabra mágica (aunque la fecha varía un poco):


“Tuve un sueño. Estábamos en París participando en el Congreso Mundial de Escritores. Después de la última sesión, el 5 de junio, Alfredo Bryce Echenique nos había invitado a cenar en su departamento de 8 bis, 2º piso izquierda, rue Amyot, a Julio Ramón Ribeyro, Miguel Rojas-Mix, Franz Kafka, Bárbara Jacobs y yo. Como en cualquier gran ciudad, en París hay calles difíciles de encontrar; pero la rue Amyot es fácil si uno baja en la estación Monge del Metro y después, como puede, pregunta por la rue Amyot”.


Y bueno, el texto sigue, relatando lo que pasa mientras se espera la llegada de Kafka a la reuna. Quien sabe, quizás todas las versiones anteriores son falsas, pues es muy raro que ninguna haya mencionado a Kafka ¿no? Ese sí hubiera sido un buen crossover.


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