30 jun 2016

Trópico de Cáncer - Henry Miller

30 jun 2016

Advertencia: lo que tiene frente a usted no es un libro. Es un viaje medio hipnótico, a una ciudad en particular y a varios estados de conciencia. Eso sí, con este libro se sentirá realmente en París, lo que no pasa con otros libros sobre la "Ciudad Luz" como París era una fiesta, París no se acaba nunca o La tentación del fracaso.




Es un libro que podría empezarse a leer por cualquier parte, como El spleen de París, Prosas Apátridas o Rayuela, libros todos también muy "parisinos". Porque Trópico de Cáncer no tiene estructura; sí, hay algunos personajes que se repiten y una serie de hechos más o menos sucesivos. Ni siquiera la razón del título me queda muy clara. Pero, en realidad, el objetivo del libro no es contarte una historia y eso Miller te lo advierte desde la primera página:
"Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios" (p. 7)
De ahí, este libro no es más literatura sino, experiencia, testimonio de alguien que dice: 
"No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo." (p. 7)
Las primeras páginas son un poco confusas, pero cuando te acostumbras al ritmo es difícil no enviciarse y disfrutar de este "caos de bolsillo", un caos encerrado en tapa dura y que huele a antiguo. Que a Robert de Niro en Cabo de miedo le gustaba por esta frase: 
"me paro ante la taza con una erección tremenda: parece ligera y pesada al mismo tiempo: como un trozo de plomo con alas" (p. 24)
Caos que puede resumirse en este extracto del libro:
“Una mujer está sentada en un estrado sobre un inmenso escritorio tallado; tiene una serpiente en torno al cuello. Toda la habitación está llena de libros y extraños peces que nadan dentro de globos de colores; hay mapas y cartas de navegar en la pared, planos de París antes de la peste, mapas del mundo antiguo, de Cronos y Cartago, de Cartago antes y después de que lo sembraran de sal. En el rincón de la habitación veo una cama en la que yace un cadáver; la mujer se levanta tediosamente, retira el cadáver de la cama y distraídamente lo tira por la ventana. Vuelve al enorme escritorio tallado, coge un pez de colores de la pecera y se lo traga. La habitación empieza a girar lentamente y los continentes se van deslizando uno a uno hasta el mar; sólo queda la mujer, pero su cuerpo es una masa geográfica. Me asomo a la ventana y de la Torre Eiffel está brotando champán; está hecha enteramente de números y cubierta de encaje negro. Las alcantarillas gorgotean furiosamente. No hay otra cosa que techos por todos lados, dispuestos con execrable habilidad geométrica. Me han expelido del mundo como a un cartucho. Se ha formado una espesa niebla, la tierra está embadurnada de grasa helada. Siento palpitar a la ciudad, como si fuera un corazón recién sacado de un cuerpo caliente. Las ventanas de mi hotel están supurando y hay un hedor sofocante y acre, como si ardieran sustancias químicas. Mirando al Sena, veo cieno y desolación, faroles ahogándose, hombre y mujeres que mueren de asfixia, los puentes cubiertos de casas, mataderos del amor. Un hombre está de pie contra una pared con un acordeón atado al vientre; tiene las manos cortadas por las muñecas, pero el acordeón se retuerce entre sus muñones como un saco de serpientes. El universo ha empequeñecido; solo tiene una manzana de largo y no hay estrellas ni árboles ni ríos. La gente que vive aquí está muerta, hace sillas en las que otra gente se sienta en sueños. En el medio de la calle hay una rueda y en el cubo de la rueda se alza una horca. Gente ya muerta intenta desesperadamente subir a la horca, pero la rueda gira demasiado de prisa…” (p. 74-75)
Estamos ante un libro precursor, inspirador de los beatniks y de los que lo siguieron. Y hay partes, como esta, que pueden aplicarse incluso a nuestros tiempos:
"Podríamos tener las ideas más brillantes, más factibles para la mejora de esto o lo otro, pero nos falla el vehículo al que engancharnos. Y lo más extraño es que la ausencia de relación alguna entre las ideas y la vida no nos produce angustia ni desasosiego. Nos hemos adaptado tanto, que, si mañana nos ordenasen andar sobre las manos, lo haríamos sin protestar lo más mínimo. Con tal de que el periódico saliera como de costumbre, desde luego. Y de que recibiésemos nuestra paga con regularidad. Aparte de eso, nada importa. Nada. Nos hemos orientado. Nos han convertido en coolies, coolies oficinistas, acallados con un puñado de arroz diario".
Cuando leo este párrafo no dejo de pensar en libros como Fight Club y 19.99 euros. El absurdo de la vida moderna, o de relatar una historia normal con una estructura clásica es lo que denuncia este libro y lo trata de evitar a toda costa. Hay otro párrafo que me hizo pensar en It de Stephen King
"It is that sort of cruelty which is embedded in the streets, it is that which stares out from the walls and terrifies us when suddenly we respond to a nameless fear, when suddenly our souls are invaded by a sickening panic. It is that which gives the lampposts their ghoulish twists, which makes them beckon to us and lure us to like the guardians of secret crimes and their blind windows like the empty their strangling grip; it is that which makes certain houses appear sockets of eyes that have seen too much".
Es ese "that" inexplicable que nos aterroriza y que está en cursiva lo que me hizo acordar al libro del payasito Pennywise (en mi edición se traduce como "eso", ergo suena más al libro de King, en inglés creo que se mantiene la sensación, pero preferí citar el original).

Pero quizás donde más sentí el carácter "adelantado a su época" de la novela fue en algo que casi no aparece en texto: la política. Sobre todo después de todo lo que hemos pasado en Perú este año. Dice Miller:

"Me sentía libre y encadenado a un tiempo: como se siente uno justo antes de las elecciones, cuando han nombrado candidatos a todos los granujas y te instan a votar al hombre idóneo".
I know that feel bro.
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