15 jun 2018

¿Pensaban muy distinto Vargas Llosa y Ribeyro?: La llamada de la tribu

15 jun 2018

Aunque no soy muy aficionado a los libros de crítica especializada, disfruté El flaco Julio y el escribidor: Julio Ramón Ribeyro y Mario Vargas Llosa cara a cara, larga serie de ensayos del español Ángel Esteban, el cual contiene nuevas perspectivas y datos de la obra ribeyriana y además, un interesante análisis y contrapunto con la figura de Vargas Llosa. Si bien por momentos se repite, pues parece una compilación de artículos publicados anteriormente, valió la pena por muchos datos que desconocía. Una idea central del trabajo es la gran diferencia existente entre ambos autores, por lo menos en su estilo de narrar y en su bibliografía en general.

Esta distinción podría ampliarse a su manera de pensar o posición política, en la que, sin duda, existieron discrepancias. Julio Ramón, un poco siguiendo su estilo teñido de escepticismo, nunca escribió una obra orgánica sobre su forma de ver el mundo. Pero tenemos sus Prosas apátridas en el cual encontramos buena parte de su filosofía de vida, por llamarlo de alguna manera.

Mario, por su lado, si ha sido muy enfático en su ideología, la cual es bien conocida, puede definirse como liberalismo y rastrearse a varios autores. Este año ha publicado La llamada de la tribu, conjunto de textos en el cual, a través de las ideas de siete pensadores liberales, refleja sus propias creencias.

Sin embargo, luego de leer los libros mencionados, me quedé pensando que, involuntaria y quizás hasta irónicamente, ambos autores terminaron coincidiendo en algunos puntos, llegando a conclusiones similares, por distintos caminos.



1. Popper y la falta de reglas de la historia

El premio Nobel 2010 refiere, en el capítulo sobre Karl Popper, que para este autor "(...) la historia no tiene orden, lógica, sentido y mucho menos una dirección racional que los sociólogos, economistas o ideólogos podrían detectar por anticipado, científicamente" (p. 174). Aquí se describe el grave error del historicismo. Por eso, afirma Popper, y Vargas Llosa con él: "History has no meaning" (p. 175).

Esto es muy similar a lo que expresa Ribeyro en una de sus prosas apátridas (la 12):

"La historia es un juego cuyas reglas se han extraviado. Filósofos, antropólogos, sociólogos y poIíticos las buscan, cada cual por su lado, de acuerdo a sus intereses o a su temperamento. Pero solo encuentran retazos de ellas (...) Lo terrible sería que después de tantas búsquedas se llegue a la conclusión de que la historia es un juego sin reglas o, lo que sería peor, un juego cuyas reglas se inventan a medida que se juega y que al final son impuestas por el vencedor".

Se advierte como, por dos vías distintas, el liberalismo y el escepticismo, los narradores peruanos obtienen el mismo resultado para determinar su postura frente a las reglas de la historia.

Como precisión, en la cita completa, Ribeyro postula que el marxismo es "una tentativa" de explicación, pero "no la única ni la definitiva". Esta sería una diferencia a lo planteado por Vargas Llosa, aunque este ultimo también confió, en una época, de las bondades de esta doctrina.

2. Raymond Aron y El opio de los intelectuales

Vargas Llosa también relata como Raymond Aron ironizaba sobre ciertos intelectuales que "(...) no habían visto un obrero en su vida, difundiendo el mito del proletariado luchador y revolucionario en países donde la mayoría de los obreros aspiraba a cosas menos trascendentes y más prácticas: tener casa propia, un coche, seguridad social y vacaciones pagadas, es decir, aburguesarse" (p. 215).

Esta ironía es compartida por Ribeyro, en su prosa apátrida 11, en la que relata como se ha encontrado a ese tipo de personajes:

"(...) En los pasillos del metro, el primero de mayo, millares de obreros endomingados, jóvenes y viejos, con sus familias se desbordan alegres, despreocupados, rumbo a la feria de París, al Campo de Marte o al Bois de Boulogne, todos con su ramillete de muguet en la mano. Están felices, han almorzado bien, es su feriado, su festividad. Sentados en el suelo de un corredor, dos estudiantes hirsutos y barbudos con guitarras, cantan un aire marcial y revolucionario, del que sólo percibo al pasar esta estrofa: “Obreros, levanten sus barricadas”. Los proletarios, sin detenerse, les pasar una mirada de reprobación, se sienten chocados, casi ofendidos. Nada más fuera de lugar que esos mozalbetes hablando de barricadas, luchas y conflictos en un día de esparcimiento entre tantos días de trabajo (...)". 

Este desfase entre los que estudian la historia y los que la sufren, este aparentemente insalvable abismo entre la ideología y la realidad es luego desarrollado también por el arequipeño en la sección dedicada a Jean-François Revel.

Pero, además, hay un tópico de Aron que se destaca: el capítulo de El opio de los intelectuales titulado "Hombres de iglesia y hombres de fe" que estudia al comunismo como una religión secular, con sus ortodoxias y heterodoxias, sus sectas, sus desviaciones y su inquisición. En esta parte se justifica los juicios estalinistas "(...) en nombre de la "verdad esencial" de la lucha de clases" (p. 216).

Este paralelismo entre discusiones heréticas pretéritas y políticas presentes también fue esbozado por Ribeyro en su prosa apátrida 132:

"Emerjo de mis lecturas sobre el Jansenismo para hojear los diarios del día y me pregunto qué relación puede haber entre esas querellas teológicas que duraron siglos, imbricándose cada vez más con problemas políticos y económicos y lo que pasa en el mundo actual: Portugal, Angola, Líbano, Argentina, etc. Y me digo que hay un lazo secreto entre las luchas antiguas y las presentes, que estas no son sino la continuación de las pretéritas, bajo diferentes nombres, ideales y pretextos. A priori podrá decirse que los problemas de la gracia, del libre arbitrio, de la predestinación no tienen ahora ninguna vigencia. Pero, ¿la tendrá dentro de algunos siglos conceptos como libre empresa, lucha de clases, sistema parlamentario, medios de producción, elecciones democráticas? Probablemente sí, pero dentro de un contexto tan diferente que habrá que ser adivino para darse cuenta que el combate sigue siendo el mismo". 

Aquí, incluso, el cuentista limeño va más allá y compara los debates teológicos con la ideología de la democracia liberal la cual, aunque predica la tolerancia, tiene también algunos márgenes no negociables. 

3. Isaiah Berlin y las verdades contradictorias

El autor de La casa verde enfatiza que para Berlin es falso que los más nobles ideales que inspiran a la humanidad (justicia, libertad, paz, placer) sean compatibles unos con otros. Por eso, no existe un solo valor que sea el más importante, por eso la existencia de diversos valores no implica la armonía entre ellos (p. 246-249). Tomando en cuenta esto "(...) debemos aceptar la posibilidad del error en nuestras vidas y ser tolerantes para con el de los demás" (p. 250).

Esta apología de la tolerancia con los errores de los demás, pero a un nivel de las relaciones personales más que de las posiciones políticas, fue defendido por el autor de Los gallinazos sin plumas en la prosa apátrida 31:

"No hay que exigir en las personas más de una cualidad. Si les encontramos una debemos ya sentirnos agradecidos y juzgarlas solamente por ella y no por las que les faltan. Es vano exigir que una persona sea simpática y también generosa o que sea inteligente y también alegre o que sea culta y también aseada o que sea hermosa y también leal. Tomemos de ella lo que pueda darnos. Que su cualidad sea el pasaje privilegiado a través del cual nos comunicamos y nos enriquecemos".

Aquí Ribeyro no solo se da cuenta del problema que conlleva que los valores que consideramos importantes puedan ser contradictorios entre sí, sino que además nos da una posible solución a ese dilema: no asumir como primordial un valor sobre otros, sino apreciar el que cada persona tenga.

Parte de la tolerancia es, no solo reconocer que nuestros actos pueden estar equivocados, sino que los valores que defendemos o deseamos encarnar pueden también estar errados. Y, como consecuencia de ello, entender que no se le puede exigir al resto que sigan nuestros valores.

Estas similitudes ¿convierten a Ribeyro en un liberal? En lo absoluto, aunque ya lo quisieran varios de los defensores de estas doctrinas. Pero sí permite descubrir que las ideas liberales son tan amplias que bien uno puede coincidir con algunas de ellas y negar otras. Incluso, alguien podría afirmar que cree en el liberalismo "a su manera". Como con el cristianismo, en suma. 
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