Hace más de diez años, surgió esa polémica (?) en la literatura peruana entre "criollos" y "andinos", que en realidad siempre me pareció un (mal) versus entre la metaliteratura y realismo. En esas épocas surgieron autores con un enfoque más de referencias a lecturas, a la crítica y a lo librístico: libros que tenían aspectos positivos como Casa de Islandia de Luis Hernán Castañeda, Parque de las Leyendas de Carlos Gallardo o Manual para cazar plumíferos de Leonardo Aguirre, entre otros.
Pero luego, vendría todo lo contrario: Guerra a la luz de las velas de Daniel Alarcón, La hora azul de Alonso Cueto, Abril Rojo de Santiago Roncagliolo y hasta Iván Thays también, súbitamente, se interesaría en la materia, con Un lugar llamado Oreja de Perro. Este redescubrimiento del fenómeno del terrorismo y todo lo que implicó (entendible en el caso de las nuevas generaciones, extraño en el de escritores que tuvieron harto tiempo para escribir sobre ello) también influyó en el cine, como en los casos de La teta asustada y Magallanes, precisamente basada en una novela de Cueto, La pasajera.
Estas dos corrientes pueden tener poco de común ente sí. El anticuario de Gustavo Faverón parece tratar de conciliarlas. Él mismo aparenta también reflejar esta contradicción: profesor de literatura en universidades gringas, pero a la vez un constante crítico de la realidad nacional. Lograr la conjunción de estos extremos en un libro es una apuesta arriesgada, de esas que a veces faltan. Pero eso no significa que necesariamente se tenga éxito, claro.
Estas dos corrientes pueden tener poco de común ente sí. El anticuario de Gustavo Faverón parece tratar de conciliarlas. Él mismo aparenta también reflejar esta contradicción: profesor de literatura en universidades gringas, pero a la vez un constante crítico de la realidad nacional. Lograr la conjunción de estos extremos en un libro es una apuesta arriesgada, de esas que a veces faltan. Pero eso no significa que necesariamente se tenga éxito, claro.
Escrita en 2010, es una obra singular y muy diferente a toda la onda de la "literatura de la memoria", de auto ficción o autobiográfica, de la actualidad, que se encuentra en por ejemplo, libros como Contarlo todo de Jeremías Gamboa, De noche andamos en círculos de Daniel Alarcón, Nuevos juguetes de la Guerra Fría de Juan Manuel Robles o La distancia que nos separa de Renato Cisneros)
Como en Borges o en Las mil y una noches, hay muchas historias dentro de historias: la obra tiene ese carácter proteico, contradictorio, fragmentario, que por momentos agrada y por otros puede atosigar. En algunas partes, quizás sería más interesante si la trama no la taparan y estorbaran tantas palabras, imágenes y figuras. Aunque es un mérito intentar una prosa compleja y trabajada en una novela "policial", me conformo con el El nombre de la rosa.
A pesar de eso, los capítulos son cortos lo que le ayuda a darles más agilidad a una lectura de por sí densa, donde nada es lo que parece, todo es confuso, se escuchan voces, se va desmadejando y reconstruyendo los sucesos jugando con los tiempos, desde una laaaarga conversa con un taxista hasta el detalle de la reclusión del Daniel en el manicomio y la historia de como se conoció este con el narrador Gustavo. Las historias que lee El Anticuario, son otras de las partes que se van alternando y que quizás sean lo mejor de la novela.
De hecho, la mezcla entre relato supermetaliterario e historia de la violencia política (como hemos visto, casi un subgénero de nuestra literatura) es bastante logrado, con lo complicado que es manejar tremendo arroz con mango que es esa mezcla. Sin embargo, después de todo este es el primer libro del autor y llega a cumplir.
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