El verano es tiempo de mar, de calor, de playa. Así que tocaba leer El mar de John Banville. Como en muchos veranos, uno parte con mucha expectativa. Un aura similar nos traía este libro, premiado como uno de los mejores del 2005 e incluso considerado entre los mejores de la década.
Como muchas grandes novelas, empieza con una hermosa frase inicial: "Se marcharon los dioses, el dia de la extraña marea". Esa frase, que tranquilamente puede ser el verso del algún poema, resume bien, no sólo la historia sino también la tónica del libro, de frases que son prosa poética (o que por lo menos lo intentan). Nos enfrentamos a un largo monólogo, donde el protagonista nos transmite sus pensamientos, sus recuerdos, sus emociones, sus miedos. El problema es que no sé hasta que punto la gente piensa con palabras como "estiloide cubital", "tegumento", "cinéreo", "rinofina" o "azagaya", a las que la verdad no estoy muy acostumbrado.
Este tipo de estilo privilegia la forma sobre el contenido, describiendo imágenes hermosas pero que no ayudan mucho a mantener el interés por la trama. Tiene hartas descripciones, minuciosas, detalladas de todo lo que rodea el mundo de los personajes: el óxido de la puerta, las arrugas de una vieja, la ropa, las que, aunque quizás no agotan, no sé hasta que punto aportan al desarrollo del conflicto (pienso en la ropa y la comida en los libros de Murakami o en las descripciones de hojas, montañas y hasta piedras en El señor de los anillos). Pero ¿cuatro páginas para explicar como se mira en el espejo? (p. 109-113). Ya mucho, ya.
La novela de Banville también se caracteriza por la gran facilidad que tiene el narrador para pasar de un tiempo a otro: del presente, a cuando conoció a su esposa, o cuando su hija era niña, o cuando él era niño, etc., algo que es quizás lo mejor del texto. Los temas del amor y la muerte, van cruzando los mútiples tiempos y es sobretodo la parte en la que se narra el primer amor infantil, la que ocupa varias páginas. Pero desanima un poco la chica que le gusta tiene olor a queso y los dientes verdes (p. 119-120) y más aun si dice que "(...) no era un prodigio de higiene y, por lo general emitía un olor, más intenso a medida que avanzaba el día (...)" (?). Mmmmm, la verdad eso no pone. Sí me gustó lo que dice de la felicidad: "La felicidad era diferente en la infancia. Entonces se trataba tan solo de acumular, de coleccionar cosas -nuevas experiencias, nuevas emociones- y aplicarlas como si fueran relucientes azulejos en los que algún día sería el maravillosamente acabado pabellón del yo" (p. 124).
En resumen, el libro, más que una novela, es una especie de largo monólogo-elegía en prosa, prosa poética. Las relaciones entre los personajes, tanto de la familia Grace como ésta con Rose, como entre los hermanos Grace, o la de los inquilinos con la sra. Vavasour están plagados de silencios, de sobreentendidos, de misterios que se van aclarando al final de la novela aunque sin dejar cierta sensación de ambigüedad. El repentino cambio de ritmo, en la recta final de la historia, si bien interesante, no basta para ponerle punche a una trama más bien lenta, sin mayores peripecias.