Qué puedo decir. Hasta ayer todos mis autores de cabecera estaban muertos menos uno. Hoy no puedo decir lo mismo. Ya no podré pedirle un autógrafo, como algún día pensé. Y es que la muerte solo tiene intermitencias en sus maravillosas ficciones, pero no en la realidad que vivimos.
Ahí están sus libros. Es suficiente para decir que no falleció. Qué tiene cuerda para rato. De hecho estaba escribiendo una nueva novela, sobre el negocio de las armas. Y aunque, sus dos últimas obras, no me parecieron de las mejores, una persona, que haya escrito algo como Ensayo sobre la ceguera merece ser inmortal.
Me hubiera gustado tomar una foto con sus libros. Pero no los tengo todos, con las justas dos. De hecho, no tengo ni cámara fotográfica. Lo que no es nada comparado con la penosa situación económica que vivió Saramago en su juventud, ejerciendo todo tipo de oficios y viviendo descalzo en el campo hasta los 14 años. Por eso siempre se identificó con los pobres.
No pudo ni siquiera concluir sus estudios. Leyó todo lo que pudo en la biblioteca pública. Por eso no me siento mal de no tener sus libros conmigo, pues yo también la leí de estantes ajenos.
No coincidí con todas sus ideas. Me fastidiaba por momentos sus insistencia en el ateísmo, que machacaba con la persistencia de un Testigo de Jehová que te toca la puerta una mañana de domingo. Pero, al margen de sus consideraciones políticas o religiosas, nadie puede dudar que estábamos ante un grande. Ante alguien que, por la forma y por el fondo de sus obras, nos convenció que en literatura aún se pueden hacer muchas cosas nuevas. Que el premio Nobel puede tener todavía un poco de utilidad. Que leer es lo que nos hace tan humanos.
Sé que Saramago no era muy partidario de los blogs, a pesar que tenía uno. No obstante no puedo dejar de publicar algo en éste. No información (qué pueden leer en cualquier otra página) sino solo un agradecimiento inmenso al genio que nos ayudó a todos los que lo leímos a salir un poco de esa ceguera tan propia de nuestra condición, tan común en esta sociedad.
Seguiremos conversando, porque aún me quedan muchos libros por leerte, Maestro.