A raíz de un post de Oesido (o de dos, si se quiere) me quedé pensando en el tema de los hijos y los padres. Y es que, casualmente, las dos últimas novelas que he leído tratan de este tema, cada uno de forma muy diferente. Estoy hablando de La carretera de Cormac McCarthy y de Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver. Ambos son librazos.
Cuando empecé con Tenemos que hablar de Kevin, las primeras páginas que leí me dieron ganas de tirarlo por la ventana. No sé si fue la resaca del sábado o la presión que me había autoimpuesto con este libro (me salió carísimo y le tenía bastantes expectativas desde hace meses), pero las primeras páginas me parecieron insufribles, unas frases larguísimas, presuntuosas e insoportablemente intrascendentes. Descontando casos excepcionales (El lobo estepario y Soldados de Salamina son los únicos ejemplos que se me viene a la mente), rara vez un libro que empieza mal mejora más adelante. Y tengo metida esa idea de que el comienzo de una novela debe ser espectacular.
Cuando empecé con Tenemos que hablar de Kevin, las primeras páginas que leí me dieron ganas de tirarlo por la ventana. No sé si fue la resaca del sábado o la presión que me había autoimpuesto con este libro (me salió carísimo y le tenía bastantes expectativas desde hace meses), pero las primeras páginas me parecieron insufribles, unas frases larguísimas, presuntuosas e insoportablemente intrascendentes. Descontando casos excepcionales (El lobo estepario y Soldados de Salamina son los únicos ejemplos que se me viene a la mente), rara vez un libro que empieza mal mejora más adelante. Y tengo metida esa idea de que el comienzo de una novela debe ser espectacular.
La cosa es que seguí leyendo y mi opinión cambió radicalmente. Qué tal volteada de partido. ¡Y qué historia para más fuerte! Desde Desgracia de Coetzee no sentía tremendo golpe. Pero a pesar de lo crudo de los hechos, no es una obra melodramática, insistente en el dolor de la madre. Existe incluso cierto humor negro en muchas de las situaciones.
Otro de sus méritos es que mantiene despierto el interés en la intriga, a pesar de las 600 páginas y que "ya se sabe el final" (la conclusión -o mejor dicho una de ellas- no me pareció tan convincente). Además de la historia familiar, de la crítica a la maternidad y de las muchas preguntas sin respuesta, es un libro que puede leerse en clave de crítica política: Kevin representa el sueño americano, pero convertido en pesadilla. Los muchos cuestionamientos al papel de Estados Unidos inundan el libro, las discusiones entre el padre (patriota y republicano) y la madre (cosmopolita y demócrata) sobre la crianza de Kevin son referencias indirectas a como debe reaccionarse ante el rumbo del país y las fechas también tienen algo que ver (La madre nace el día del lanzamiento de la bomba atómica, el relato transcurre entre las controvertidas elecciones del 2000 y meses antes del atentado del 11 de setiembre). En resumen: el mejor método de abstinencia que he leido en mi vida. Después de este libro, vas a pensar dos veces antes de no usar preservativo.
Sobre La carretera, no me explayaré tanto. Seguro ya han visto la película o, en todo caso, pueden leer este muy buen post de Andrómeda. Aunque me encanta la ciencia ficción no me gustan mucho las historias post-apocalípticas, con o sin zombies. La carretera, no es simplemente este tipo de relatos de futuros distópicos. Es una historia cruda y, aunque se repiten las situaciones constantemente (buscar comida, huir de los extraños, etc.) no se pierde el interés. Como el camino por el que discurren, la prosa es algo árida, seca, sin lujos; los personajes ni siquiera tienen nombre, como en algunos libros de Saramago. Y aunque el texto discurre por varios temas (la solidaridad contra el egoísmo, la barbarie frente a la civilización), la relación padre-hijo fue uno de los tópicos que más me llamó la atención.
En ambas novelas, los padres luchan contra el destino aparente de sus hijos. El padre de La carretera no se rinde ante la situación desesperada que les tocó vivir y resiste, a diferencia de la madre que prefiere resignarse ante la realidad. Algo similar pasa en Tenemos que hablar de Kevin, pero a la inversa: aquí es el padre el que no enfrenta la realidad de la verdadera personalidad de su hijo y, es Eva Katchadourian -la madre- la que, en solitario, trata de cambiar lo que le tocó vivir. Y ni que decir de lo opuestos que son los hijos, mientras a uno no le importa arriesgar su vida para ayudar a un vagabundo en medio de un mundo de caníbales, al otro...bueno... digamos que no le interesa tanto el prójimo.
Hay algo de heroico, y también de patético, en los progenitores en ambos textos. El padre de La carretera lucha para que su hijo no se vea afectado por el mundo que le rodea; Eva Katchadourian lucha para que el mundo que le rodea no se vea afectado por su hijo.
Dos buenos exponentes de la literatura norteamericana, dos relatos sobre situaciones extremas, dos novelas que nos hacen pensar que las "novelas de aprendizaje" no siempre son protagonizadas por los hijos y, en resumen, dos libros muy recomendables.