Un diario suele ser una especie de alternativa cuando eres demasiado flojo para escribir tus memorias. Y menos solemne, claro. Una autobiografía solo la publican personas importantes o, al menos, famosas (nótese que hablo de publicar, ni siquiera de escribir). Además que para darse el trabajo de escribir sobre tooooda tu vida, o tienes un negro literario que lo hace por ti o tienes mucho tiempo libre, es decir, básicamente eres un escritor profesional.
Así que un diario es como una autobiografía “a plazos”, gota a gota, porque no te alcanza el tiempo ni el talento para plasmar toda la existencia de un ser humano en papel. De alguna manera es más sentida, pues no implica el ejercicio de la engañosa memoria, todo se escribe casi “en vivo”, mientras está sucediendo. Y al final, suelen ser varios tomos y terminar extendiéndose más que en cualquier libro de memorias. Y en un diario, aunque de forma menos evidente, uno trata de encontrar un orden a su propio tiempo, un sentido, algo que hilvane los momentos experimentados, encontrar algún patrón entre las casualidades y la rutina.
Veintes
Segundo año de Derecho. Estoy leyendo La tentación del fracaso: el diario de los diarios. No solo por ser iniciático, sino porque menciona muchos otros, que luego también disfrutaría como el de Kafka o dejaría a medias como el de Stendhal. Y entre el bosque de referencias aparece el simpático arbolito:
“Sería necesario leer cada mañana, antes de empezar el día, un par de páginas del diario de Paul Léautaud, a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis, ni ilusión”
Si hubiera prestado más atención hubiera notado que lo venía refiriendo desde hacía más de quince años. De hecho, en un apunte del diario del 23 de diciembre de 1961 una frase de este autor iba a ser un epígrafe para Tres historias sublevantes. Y hay muchas más: algunas para criticarlo (22 de marzo de 1977), luego para alabarlo (12 de mayo de 1977) y finalmente para decir que se pasó buscando varias de sus obras, inútilmente, en librerías (14 de mayo de 1977). Ribeyro tiene, en general, palabras elogiosas para el diario de Léautaud, a pesar que no ha leído la edición completa de 19 tomos, sino un resumen de mil páginas. Sin embargo, cuando hace su ranking de autores y diaristas favoritos, no lo menciona (27 de enero de 1978).
Luego me lo volvería a encontrar. En esos tiempos El virrey estaba en la calle Miguel Dasso y, al costado estaba su “Todinito”, una sección pequeña, pero independiente, como de libros antiguos y raros, que estaba cerrada la mayor parte del tiempo. Se llamaba Sur y, si se me permite mentir un poquito más, quiero creer que había que pedir como un permiso para entrar. Logré ingresar, siempre con la incómoda presencia del vendedor a mi costado. Dos tipos solos en una tienda enorme en completo silencio. Me sentí mal de estar como media hora en ese plan y concluí que tenía que comprar algo para no experimentar el síndrome del impostor, de fingir que me hacía pasar por un lector culto cuando no conocía ni la mitad de los autores caros que se vendían ahí. Mi billetera solo contaba con 15 soles. Contra todo pronóstico, un volumen pequeñito, medio escondido, podía ser conseguido a ese precio. Era La otra aventura de Bioy Casares. Libro buenísimo de artículos literarios… en que incluía uno titulado “El diario de Léautaud”. Aunque en su versión, la obra tiene dieciocho volúmenes, uno menos que los que menciona Ribeyro, ambos coinciden en la pasión que inspira el Journal del escritor francés.
Pero tenía que pensar en otras cosas. Sobrevivir, por ejemplo.
Treintas
Lo que logré con éxito. En esas miles de horas en oficinas, hablando con tantas personas que nunca volvería a ver, resolviendo problemas olvidables, acumulando objetos, recorriendo tantos lugares, quizás seguía germinando la idea de leer ese diario y de muchos libros más.
Cuarentas
Voy a tener una hija. Aún se está gestando su ser, formándose poco a poco en un vientre. Debería estar devorando libros sobre bebés y embarazo, pero estoy pensando en el inicio de la vida mientras leo Una vida sin fin de otro francés.
Beigbeder se ha vuelto uno de mis escritores favoritos. Su estilo relajado, sin mayores pretensiones, pero repleto de frases efectivas y seductoras, casi como slogans, en que refleja su profesión de publicista y su hobbie de DJ, es un oasis, un desahogo, entre tanta seriedad que, en ocasiones, compromete a la literatura.
He leído todos sus libros que han sido traducidos al español. Y el que recorro ahora tiene un capítulo titulado “Complemento a la lista de las razones para vivir de Woody Allen” entre las que aparecen elementos disímiles como un revés cruzado de Federer, los senos de una famosa que desconozco, una canción de una banda que me gusta (Eagles of Death Metal), “la eyaculación en una boca que contiene Perrier helado” y entre muchos otras aparece: “el diario literario de Paul Léautaud (la edición en tres volúmenes del Mercure France). Se debe hojear cuando se duda de la literatura” (p. 118)
Rebuscando en la web me entero que (¡por fin!) se publicó en español su diario. No todo, pero una buena selección de mil páginas. Sin embargo, no aparece en la paginita de moda en la que todos sufren el inhumano esfuerzo de hacer click para que los libros que piden les lleguen a su casa envueltos en papel naranja. Confirmo que este autor es solo para hinchas.
Coda
Mi hija ya nació, y ya leí a Léautaud. Lo encontré donde debí buscarlo desde un comienzo: no en librerías, ciudades o páginas web sino, como es lógico, en una biblioteca cercana. No encontré su diario pero si Amores, un librito breve y efectivo, que uno disfruta como si escuchara la conversación de un conocido o como “(...) amigos inseparables que se pasaban el rato discutiendo de literatura, como si eso pudiera servir de algo” (página no me acuerdo).
¿Qué tendrá Paul Léautaud que encandila a gente tan disímil? ¿Por qué no es un autor más leído o al menos buscado? ¿Algún día dejaré de perseguir su diario y lo leeré completo?
Quizá encuentre las respuestas a los cincuenta.