Mientras Apurímac sigue presa de problemas que arrastramos hace tiempo, ocasionados esta vez por la insistencia en un proyecto minero repudiado por la población, quizás cometo una imperdonable ingenuidad en escribir las líneas que siguen. Sin embargo, para querer un país (y sobretodo para entenderlo) no basta con estar al tanto de los partidos de la selección en las Eliminatorias (que solemos perder), quizás sea necesario conocerlo primero. Leyendo sus libros es una forma de hacerlo.
Pero existe también la otra forma. Y como les comentaba en la primera parte de este viaje, sin mayores ganas de regresar a la ciudad, me encontraba en la Plaza de Armas del Cuzco pensando aún en el turismo libresco y en Arguedas. Y es justamente en Cuzco donde empieza una de sus libros más conocidos: Los ríos profundos (click aquí para descargar). Ernesto, el protagonista de la historia, relata como entró al Cuzco de noche. De la noche cuzqueña en realidad rememoro otras cosas, pero como Ernesto me quedo sorprendido de esta mágica ciudad. Más adelante (pág. 4-5) visitamos la Plaza y la Catedral. Me siento un rato en las gradas que dan paso a la majestuosa Iglesia. En la novela, el protagonista visita también Amarucancha, el palacio de Huayna Cápac, el Acllahuasi y el palacio de Inca Roca. Ya los visitaré más tarde.
Para el capítulo III, Ernesto parte desde Cuzco rumbo a Abancay, como Riva Agüero en Paisajes peruanos. El pasaje me sale 25 soles. La carretera es buena, pero el camino tiene innumerables curvas que pueden marear a alguien no muy acostumbrado a estos menesteres. El viaje son cinco horas de memorables paisajes, de picos nevados, de montañas y árboles, del río Apurímac, de hacer escala en Curahuasi, capital mundial del anís. Finalmente, desde las alturas, se ve, allá abajo, en un valle, la ciudad de Abancay.
"Es un pueblo cautivo, levantado en la tierra ajena de una hacienda" (p. 21). De lo que veo, parece que ya se ha modernizado bastante desde entonces. Hay mucho comercio y el clima es agradable, por lo menos en esta época.
Y, como ahora, en la novela también la población se rebela contra lo que considera injusto. Y como ahora, hay violencia. "Cuando desembocamos a la plaza, una gran multitud de mujeres vociferaba, extendiéndose desde el atrio de la iglesia hasta más allá del centro de la plaza. (...) Gritaban todas en quechua (...) La violencia de las mujeres me exaltaba. Sentía deseos de pelear, de avanzar contra alguien. Las mujeres que ocupaban el atrio y la vereda ancha que corría frente al templo, cargaban en la mano izquierda un voluminoso atado de piedras. (p. 63). Yo también voy a la Plaza, contemplo la Catedral, tomo algunas fotos. Recuerdo que es en esta Iglesia donde, muchas páginas después, se celebra una misa para combatir a la peste que asola la ciudad, al final de la novela.
Pero hay un lugar que no puedo irme sin visitar: el puente sobre el río Pachachaca. Y no soy el único al que le encanta el lugar, Ernesto "Bajaba por el camino de los cañaverales, buscando el gran río. Cuanto más descendía, el camino era más polvoriento y ardoroso; los pisonayes formaban casi bosques; los molles se hacían altos y corpulentos. (…) A veces, podía llegar al río, tras varias horas de andar". (pág. 42).
Y es que no es un lugar muy turístico. De hecho, llegar es un poco difícil. No hay rutas directas y, desde que se contruyó el nuevo puente, los carros circulan por ahí, y el puente viejo lo usan solo los que no tienen brevete (para evitar a la policía). Hay combis que te dejan en la carretera, donde un cartel indica el desvío al puente antiguo, pero de ahí hay que caminar un buen trecho. "El río, el Pachachaca temido, aparece en un recodo liso, por la base de un precipicio donde no crecen sino enredaderas de flor azul (...) Hacia el este, el río baja en corriente tranquila, lenta y temblorosa; las grandes ramas de chachacomo que rozan la superficie de sus aguas se arrastran y vuelven violentamente, al desprenderse de la corriente. Parece un rio de acero líquido, azul y sonriente, a pesar de su solemnidad y de su hondura. Un viento casi frío cubre la cima del puente".
Llego al puente. Es viejo, pero se ve fuerte. "El puente del Pachachaca fue construido por los españoles. Tiene dos ojos altos, sostenidos por bases de cal y canto, tan poderosos como el río. Los contrafuertes que canalizan ias aguas están prendidos en las rocas, y obligan al río a marchar bullendo, doblándose en corrientes forzadas. Sobre las columnas de los arcos, el río choca y se parte; se eleva el agua lamiendo el muro, pretendiendo escalarlo, y se lanza luego en los ojos del puente" (p. 43).
"Yo no sabia sí amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi alma, la inundaban de fortaleza y de heroicos sueños se borraban de mi mente todas las imágenes plañideras, las dudas y los malos recuerdos (...) Debía ser como el gran río: cruzar la tierra, cortar las rocas; pasar, indetenible y tranquilo, entre los bosques y montañas; y entrar al mar, acompañado por un gran pueblo de aves que cantarían desde la altura (…) ¡Sí! Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras. ¡Como tú, río Pachachaca! ¡Hermoso caballo de crin brillante, indetenible y permanente, que marcha por el más profundo camino terrestre!" El lugar es hermoso. Estoy solo. Abajo, se escucha el río y el sol brilla con fuerza. Pocas veces me he sentido tan tranquilo y tan feliz.
Vaya mierda de post.
ResponderEliminarSeñal que voy bien. Gracias por comentar.
ResponderEliminarMe parece bueníssimo!
ResponderEliminarSeñal que voy bien. Gracias por comentar
EliminarAhora que leo a Arguedas en han dado muchas ganas de ir a Perú y seguirlo místicamente. Gracias por el post.
ResponderEliminarOjalá te animes Aiko. Cualquier consulta turística estamos aquí para ayudarte. saludos!
Eliminar