En Pureza de Jonathan Franzen, la protagonista dice que algo que le hace sentirse feliz es leer el periódico en un café. Aunque parezca ingenuo o hasta snob, por una razón que tampoco entiendo, siempre se ha asociado el café con los libros. Una amiga que le gritaba al mundo los lugares a donde se iba de viaje, antes incluso de que existiera facebook, comentaba que le había impresionado la vida cultural de una ciudad X porque tenía muchos "museos, librerías y cafés". No me quedaba muy claro que tenía que ver una cosa con otra ¿La cafeína inspira la buena literatura? Si fuera así todos los oficinistas harían obras maestras. Hasta donde recuerdo más ejemplos se encuentran en el alcohol o las drogas y no por ello diría que la rockola de la esquina demuestra la vitalidad intelectual de mi barrio.
Se dice que los cafés son tradicionalmente parte de la actividad literaria, un punto de encuentro para la tertulia, la conversación, el libre intercambio de ideas. Pero, temo que eso es algo más del siglo XX. Ahora la única charla que se inicia en un café es para pedir la clave de wifi. ¿Se imaginan un movimiento literario discutiendo en un "Starbucks"? Paso.
Hasta que luego de cavilarlo, y habiendo tomado ya la mitad de mi capuchino, llegué a la conclusión que, después de todo, mi amiga necesitada de atención no estaba tan equivocada: los cafés sí dan su aporte a la lectura. Pero no cualquiera, claro. Solo los que tienen libros.
Si bien es una oferta limitada solo a algunos distritos, es decir, igual que las librerías, los cafés con minibiblioteca están ahí, solo hay que buscarlos. Es una buena alternativa para no solo hojear, sino leer libros completos, sin tener que comprarlos. Aunque en algunos locales los precios son a veces un robo (igual que las librerías), hasta ahora no he visto que un café sea más caro que un libro; a menos que le agregues postre, ahí ya no sale a cuenta). Obviamente hay que tratar de hacerla larga, para demostrar nuestros conocimientos de catador y poder terminar de leer el ejemplar escogido. Hay muchos textos breves, que tranquilamente se pueden acabar en un par de horas. Así, leí uno de Ampuero, Malos modales, y creo que, más lo que tomé, bien valían los 8 soles. A la semana siguiente repetí con Caramelo verde y me pedí un te del mismo color que me salió incluso menos.
Podrían pensar que la oferta de la pequeña repisa de una cafetería no tiene nada interesante. Falso. Justamente porque estas bibliotecas las llenan con los sobrantes o con lo que nadie quiere en su propia casa, se encuentran cosas interesantes o, al menos, difíciles de hallar en una librería, que suele estar más pendiente de lo que está de moda. En mi caso, me llamó la atención algo de Banana Yoshimoto y un texto de Anthony Burguess que, aunque no lo crean, escribió más que La naranja mecánica (un vaso de leche también es más barato que un libro).
Si la taza está vacía y ya te comiste la galletita de cortesía, siempre queda el último recurso: pedir un vaso de agua. Supongo que, para algunos, no se ve muy bien. Y, en general, pareciera que no es chill gastar poco, aunque en instagram las publicaciones con el café y el libro sean muy comunes. Como si, para que la foto salga bien, el libro debe ser propio y jamás prestado.
Cuando estás en crisis económica total, hay un peldaño más bajo: leer en tiendas o librerías. A más de uno se le ha ocurrido ir avanzando, por capítulos, un libro hasta llegar a la última página. Naturalmente, ello es intolerable porque el objetivo de una librería no es que leas sino que compres. Alguna vez leí una novela breve en un supermercado hasta que el personal de seguridad me invitó cortésmente a cesar en mi intento.
Pero existe incluso un escalón aún más bajo si no quieres, o puedes, comprar un libro: robarlo.
De eso hablaremos la próxima semana.
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