“Esos gritos, pujas y sobrepujas en boca de individuos que en su vida no habían leído ni mil libros le parecía de una insolencia sin límites”
Auto de fe, Elías Canetti
¿A favor o no de contar los libros que se leen en el año? Para algunos es un acto de vanidad, una forma ridícula de competencia como si solo importara la cantidad (esos mismos son los que se jactan de cuantos seguidores, likes y views tienen en sus redes). Otros lo hacen más con ese afán de cumplir las promesas o resoluciones que hicieron borrachos cuando se acababa el 31 de diciembre anterior, donde importa llegar como sea al número escogido (no importa que el próximo año ya no lean nada).
Probemos un punto intermedio. Que se vayan contando, pero sin apuro. Un número que no elegí, aunque me llamó la atención desde niño, el número mil. Sin ningún plazo ni presión. Algo que terminará sucediendo inevitablemente, como para otros significa el casarse o tener hijos.
No solo porque lo vi solo una vez se me quedó grabado, influyó el título: Mil libros. Parecía algo imposible, más que tocar el techo, tocar el cielo. Creo que ni siquiera sabía contar hasta mil en esa época. O supongo que sabía, más o menos, de forma difusa, pero me daba flojera, no lo haría yo, pero sí una máquina (en este caso, sería goodreads pero yo aún no lo sabía).
Como todo niño, uno piensa mucho en ser grande y me pregunté si alguna vez llegaría a tamaño guarismo. Lo veía como algo lejanísimo pero posible. Me imaginaba que para esa época ya sería como mi papá, un señor alto, adulto, con voz fuerte o algo así. Un poco en la onda caricaturesca que un niño se imagina a un adulto, como en La tentación del fracaso (13 de enero de 1962). Contrario a Ribeyro, creo que de adulto uno es más imbécil que de niño, porque en la infancia solo te imaginas como será haber leído mil libros, pero no eres tan huevón de haber desperdiciado tu vida en eso o al menos, no todavía.
Este “hito”, al que llegué el año pasado creo y que siendo realista no es ni mierda, ni siquiera es seguro. La duda siempre estará porque todo depende de la edición que usas y hasta de lo que se le ocurra al algoritmo. Esa edición de Anagrama en que me vino en pack Bonsai y La vida privada de los árboles ¿cuenta como uno o dos? ¿La Trilogía de Nueva York que viene en un solo tomo? ¿El Quijote que son dos libros separados por una década? ¿Las pocas relecturas que hice? Sobre las antologías o Cuentos completos ya me pregunté antes.
A pesar de eso, hay bastantes ausencias en la lista. Los libros que corregí para algunas editoriales, casi todos aburridísimos ¿deberían contar? Porque de que los leí, los leí y hasta presté atención a veces. Ahí no más, tengo fácil como cien extra. No están los cuentos infantiles que nunca olvidaremos, así sean breves y con dibujitos, así no cumplan la definición de libro de la Unesco (mínimo 49 páginas, sin contar la cubierta). No están mis cuentos de la Guerra de las Galaxias con cassette, en que te indicaban que hay que dar la vuelta a la página cuando la campanita suene así. Si no están esos, esa lista no sirve para nada, esos cuentos son indispensables en cualquier remembranza de uno. Porque, aunque no me crean, uno no cuenta los libros porque no tenga nada que hacer, sino porque sirven para recordar la propia vida, son tan eficientes como las fotos. No es por soberbio, por favor, esta página no tiene ni mi nombre. De hecho, cuando me preguntan a veces digo que no me gusta leer. Finalmente, “contar” en su segunda acepción es narrar. Si te parece malo narrar ¿qué carajo haces aquí?
Es irrisoria esta cantidad si pensamos que Kim Peek, que inspiró al personaje interpretado por Dustin Huffman en la película Rain Man, llegó a los 12 mil, claro que tenía la ventaja de que podía leer a la vez dos páginas en ocho segundos (usando un ojo en cada página). Antes ya escribí de casos incluso mayores, como la viejecita que pasó de los 25k. Es más, encuentro con sorpresa que una niña de 4 años ha leído más que yo, es decir, ella ya es de alguna forma adulta a la edad en la que yo recién descubría que se podía lograr eso.
Hubiera quedado mejor el título con 1001. Y no, no por esa onda de “1001 libros/pelas/discos que hay que leer/oír/ver antes de morir”, sino por lo obvio: Las mil y una noches. La fantasía (Ali Babá, Simbad el Marino, Aladino) que incluso ha inspirado a Disney se conjuga bien con lo metaliterario, las cajas chinas y hasta el erotismo, como una manera convincente del paso de la niñez a la adultez, que supongo que es lo que me ha sucedido mientras terminaba mi primer millar.
Por cierto, el libro que mencioné es de Luis Nueda y Antonio Espina. Obviamente no lo he leído.
Adivinen cuantas palabras tiene este texto.