18 oct 2024

Mil libros

18 oct 2024

0 floritos

 

“Esos gritos, pujas y sobrepujas en boca de individuos que en su vida no habían leído ni mil libros le parecía de una insolencia sin límites”

 Auto de fe, Elías Canetti

 

¿A favor o no de contar los libros que se leen en el año? Para algunos es un acto de vanidad, una forma ridícula de competencia como si solo importara la cantidad (esos mismos son los que se jactan de cuantos seguidores, likes y views tienen en sus redes). Otros lo hacen más con ese afán de cumplir las promesas o resoluciones que hicieron borrachos cuando se acababa el 31 de diciembre anterior, donde importa llegar como sea al número escogido (no importa que el próximo año ya no lean nada).

Probemos un punto intermedio. Que se vayan contando, pero sin apuro. Un número que no elegí, aunque me llamó la atención desde niño, el número mil. Sin ningún plazo ni presión. Algo que terminará sucediendo inevitablemente, como para otros significa el casarse o tener hijos.


Tengo un recuerdo algo borroso de esta edición. Dos volúmenes en tapa dura, pesados, impasables como dos backs centrales o guachimanes de discoteca, como diciendo que serán imposibles de superar. Para colmo de color naranja, una advertencia sutil, no tan chillona como el rojo, pero que va por ahí, con cierta radioactividad o como los conos de las obras en construcción. Eran libros caros, probablemente otro de los motivos de las interminables peleas de mis padres por la innecesaria compra en una época en que conseguir leche Enci ya era un lujo. Por eso, supongo que los pusieron en el estante alto, que casi tocaba el techo, al que sabían que no podría llegar ni subiéndome al banquito. Y funcionó porque nunca más los toqué, solo para tomarles esta foto, décadas después.

No solo porque lo vi solo una vez se me quedó grabado, influyó el título: Mil libros. Parecía algo imposible, más que tocar el techo, tocar el cielo. Creo que ni siquiera sabía contar hasta mil en esa época. O supongo que sabía, más o menos, de forma difusa, pero me daba flojera, no lo haría yo, pero sí una máquina (en este caso, sería goodreads pero yo aún no lo sabía).

Como todo niño, uno piensa mucho en ser grande y me pregunté si alguna vez llegaría a tamaño guarismo. Lo veía como algo lejanísimo pero posible. Me imaginaba que para esa época ya sería como mi papá, un señor alto, adulto, con voz fuerte o algo así. Un poco en la onda caricaturesca que un niño se imagina a un adulto, como en La tentación del fracaso (13 de enero de 1962). Contrario a Ribeyro, creo que de adulto uno es más imbécil que de niño, porque en la infancia solo te imaginas como será haber leído mil libros, pero no eres tan huevón de haber desperdiciado tu vida en eso o al menos, no todavía.

Este “hito”, al que llegué el año pasado creo y que siendo realista no es ni mierda, ni siquiera es seguro. La duda siempre estará porque todo depende de la edición que usas y hasta de lo que se le ocurra al algoritmo. Esa edición de Anagrama en que me vino en pack Bonsai y La vida privada de los árboles ¿cuenta como uno o dos? ¿La Trilogía de Nueva York que viene en un solo tomo? ¿El Quijote que son dos libros separados por una década? ¿Las pocas relecturas que hice? Sobre las antologías o Cuentos completos ya me pregunté antes.

A pesar de eso, hay bastantes ausencias en la lista. Los libros que corregí para algunas editoriales, casi todos aburridísimos ¿deberían contar? Porque de que los leí, los leí y hasta presté atención a veces. Ahí no más, tengo fácil como cien extra. No están los cuentos infantiles que nunca olvidaremos, así sean breves y con dibujitos, así no cumplan la definición de libro de la Unesco (mínimo 49 páginas, sin contar la cubierta). No están mis cuentos de la Guerra de las Galaxias con cassette, en que te indicaban que hay que dar la vuelta a la página cuando la campanita suene así. Si no están esos, esa lista no sirve para nada, esos cuentos son indispensables en cualquier remembranza de uno. Porque, aunque no me crean, uno no cuenta los libros porque no tenga nada que hacer, sino porque sirven para recordar la propia vida, son tan eficientes como las fotos. No es por soberbio, por favor, esta página no tiene ni mi nombre. De hecho, cuando me preguntan a veces digo que no me gusta leer. Finalmente, “contar” en su segunda acepción es narrar. Si te parece malo narrar ¿qué carajo haces aquí?

Es irrisoria esta cantidad si pensamos que Kim Peek, que inspiró al personaje interpretado por Dustin Huffman en la película Rain Man, llegó a los 12 mil, claro que tenía la ventaja de que podía leer a la vez dos páginas en ocho segundos (usando un ojo en cada página). Antes ya escribí de casos incluso mayores, como la viejecita que pasó de los 25k. Es más, encuentro con sorpresa que una niña de 4 años ha leído más que yo, es decir, ella ya es de alguna forma adulta a la edad en la que yo recién descubría que se podía lograr eso.

Hubiera quedado mejor el título con 1001. Y no, no por esa onda de “1001 libros/pelas/discos que hay que leer/oír/ver antes de morir”, sino por lo obvio: Las mil y una noches. La fantasía (Ali Babá, Simbad el Marino, Aladino) que incluso ha inspirado a Disney se conjuga bien con lo metaliterario, las cajas chinas y hasta el erotismo, como una manera convincente del paso de la niñez a la adultez, que supongo que es lo que me ha sucedido mientras terminaba mi primer millar.

Por cierto, el libro que mencioné es de Luis Nueda y Antonio Espina. Obviamente no lo he leído.

Adivinen cuantas palabras tiene este texto. 

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20 dic 2023

Léautaud: Como hablar de diarios que no se han leído

20 dic 2023

2 floritos

Un diario suele ser una especie de alternativa cuando eres demasiado flojo para escribir tus memorias. Y menos solemne, claro. Una autobiografía solo la publican personas importantes o, al menos, famosas (nótese que hablo de publicar, ni siquiera de escribir). Además que para darse el trabajo de escribir sobre tooooda tu vida, o tienes un negro literario que lo hace por ti o tienes mucho tiempo libre, es decir, básicamente eres un escritor profesional.


Así que un diario es como una autobiografía “a plazos”, gota a gota, porque no te alcanza el tiempo ni el talento para plasmar toda la existencia de un ser humano en papel. De alguna manera es más sentida, pues no implica el ejercicio de la engañosa memoria, todo se escribe casi “en vivo”, mientras está sucediendo. Y al final, suelen ser varios tomos y terminar extendiéndose más que en cualquier libro de memorias. Y en un diario, aunque de forma menos evidente, uno trata de encontrar un orden a su propio tiempo, un sentido, algo que hilvane los momentos experimentados, encontrar algún patrón entre las casualidades y la rutina. 




Veintes 


Segundo año de Derecho. Estoy leyendo La tentación del fracaso: el diario de los diarios. No solo por ser iniciático, sino porque menciona muchos otros, que luego también disfrutaría como el de Kafka o dejaría a medias como el de Stendhal. Y entre el bosque de referencias aparece el simpático arbolito:


“Sería necesario leer cada mañana, antes de empezar el día, un par de páginas del diario de Paul Léautaud, a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis, ni ilusión”


Si hubiera prestado más atención hubiera notado que lo venía refiriendo desde hacía más de quince años. De hecho, en un apunte del diario del 23 de diciembre de 1961 una frase de este autor iba a ser un epígrafe para Tres historias sublevantes. Y hay muchas más: algunas para criticarlo (22 de marzo de 1977), luego para alabarlo (12 de mayo de 1977) y finalmente para decir que se pasó buscando varias de sus obras, inútilmente, en librerías (14 de mayo de 1977). Ribeyro tiene, en general, palabras elogiosas para el diario de Léautaud, a pesar que no ha leído la edición completa de 19 tomos, sino un resumen de mil páginas. Sin embargo, cuando hace su ranking de autores y diaristas favoritos, no lo menciona (27 de enero de 1978).


Luego me lo volvería a encontrar. En esos tiempos El virrey estaba en la calle Miguel Dasso y, al costado estaba su “Todinito”, una sección pequeña, pero independiente, como de libros antiguos y raros, que estaba cerrada la mayor parte del tiempo.  Se llamaba Sur y, si se me permite mentir un poquito más, quiero creer que había que pedir como un permiso para entrar. Logré ingresar, siempre con la incómoda presencia del vendedor a mi costado. Dos tipos solos en una tienda enorme en completo silencio. Me sentí mal de estar como media hora en ese plan y concluí que tenía que comprar algo para no experimentar el síndrome del impostor, de fingir que me hacía pasar por un lector culto cuando no conocía ni la mitad de los autores caros que se vendían ahí. Mi billetera solo contaba con 15 soles. Contra todo pronóstico, un volumen pequeñito, medio escondido, podía ser conseguido a ese precio. Era La otra aventura de Bioy Casares. Libro buenísimo de artículos literarios… en que incluía uno titulado “El diario de Léautaud”. Aunque en su versión, la obra tiene dieciocho volúmenes, uno menos que los que menciona Ribeyro, ambos coinciden en la pasión que inspira el Journal del escritor francés.


Pero tenía que pensar en otras cosas. Sobrevivir, por ejemplo.


Treintas


Lo que logré con éxito. En esas miles de horas en oficinas, hablando con tantas personas que nunca volvería a ver, resolviendo problemas olvidables, acumulando objetos, recorriendo tantos lugares, quizás seguía germinando la idea de leer ese diario y de muchos libros más.




Un día, en París, lo encontré. Estaba ahí, en uno de los puestos de bouquinistes cerca al Sena, no llegué a contar si estaban todos los tomos, aunque sí varios. No recuerdo el precio, pero era impagable. Lo primero que pensé fue en que le había ganado a Ribeyro, lo había encontrado al primer intento, en menos de diez minutos. Lo segundo, fue que tenía que tomarle una foto y que no podría revisarlo con calma pues, nuevamente el vendedor me fustigaba con su mirada inquisidora.





Debí haber regresado, pero había tantas cosas para ver y otras en que pensar. Al día siguiente solo comí un McDonalds. Al siguiente, no comí. 

Cuarentas


Voy a tener una hija. Aún se está gestando su ser, formándose poco a poco en un vientre. Debería estar devorando libros sobre bebés y embarazo, pero estoy pensando en el inicio de la vida mientras leo Una vida sin fin de otro francés.


Beigbeder se ha vuelto uno de mis escritores favoritos. Su estilo relajado, sin mayores pretensiones, pero repleto de frases efectivas y seductoras, casi como slogans, en que refleja su profesión de publicista y su hobbie de DJ, es un oasis, un desahogo, entre tanta seriedad que, en ocasiones, compromete a la literatura.   


He leído todos sus libros que han sido traducidos al español. Y el que recorro ahora tiene un capítulo titulado “Complemento a la lista de las razones para vivir de Woody Allen” entre las que aparecen elementos disímiles como un revés cruzado de Federer, los senos de una famosa que desconozco, una canción de una banda que me gusta (Eagles of Death Metal), “la eyaculación en una boca que contiene Perrier helado” y entre muchos otras aparece: “el diario literario de Paul Léautaud (la edición en tres volúmenes del Mercure France). Se debe hojear cuando se duda de la literatura” (p. 118)


Rebuscando en la web me entero que (¡por fin!) se publicó en español su diario. No todo, pero una buena selección de mil páginas. Sin embargo, no aparece en la paginita de moda en la que todos sufren el inhumano esfuerzo de hacer click para que los libros que piden les lleguen a su casa envueltos en papel naranja. Confirmo que este autor es solo para hinchas. 


Coda




Mi hija ya nació, y ya leí a Léautaud. Lo encontré donde debí buscarlo desde un comienzo: no en librerías, ciudades o páginas web sino, como es lógico, en una biblioteca cercana. No encontré su diario pero si Amores, un librito breve y efectivo, que uno disfruta como si escuchara la conversación de un conocido o como “(...) amigos inseparables que se pasaban el rato discutiendo de literatura, como si eso pudiera servir de algo” (página no me acuerdo).


¿Qué tendrá Paul Léautaud que encandila a gente tan disímil? ¿Por qué no es un autor más leído o al menos buscado? ¿Algún día dejaré de perseguir su diario y lo leeré completo?


Quizá encuentre las respuestas a los cincuenta.



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5 jun 2021

Fresán y el Quijote

5 jun 2021

0 floritos

Así como se cree, tal vez ingenuamente, que algún día seremos un país normal, con un mínimo de justicia e igualdad, yo prefiero imaginar que el libro que leo antes de una segunda vuelta electoral tiene algo que ver con la terrible decisión a la que cada cinco años nos sometemos.

Sobre ello suelo esbozar unas líneas. Acto con cierta dosis de resignación, como votar o escribir en un blog, porque "es lo mejor" o por simple costumbre.

Si bien leer suele ser mi herramienta clásica para alejarme de la realidad, es inevitable que por algunos resquicios esta se entrometa en mi eventual lectura. A veces, las casualidades y paralelismos con la política son hasta difíciles de creer. Eso me pasó con este libro.


En Jardines de Kensington, la historia tiene como trasfondo el "enfrentamiento" de dos personajes: Peter y Keiko (no es broma). Lo terminé de leer justo el día de la primera vuelta y no supe darme cuenta del mensaje que me había dado Rodrigo Fresán durante semanas, con una precisión que ya querrían varias encuestadoras. 

En esta obra, se nos presentan muchas aparentes dicotomías como el Londres decimonónico y el Swinging London, la infancia y la adultez, lo victoriano y lo sicodélico, la "realidad" y la ficción, la vida de J. M. Barrie y la Peter Hook. Y digo aparentes porque los opuestos se tocan (sino piensen en qué partido apoyó a Castillo cuando era un completo desconocido -si, Fuerza Popular-). Estos "opuestos" solo sirven para polarizar la ya bastante tensa situación que vivimos. 

Una novela que he estado leyendo en los últimas semanas es El Quijote. La empecé hace un lustro, terminé la primera parte y la dejé ahí; luego de un tiempo recién proseguí con la segunda parte que todavía no concluyo ¿Cinco años con lo mismo? Pues sí, y de alguna manera todos hemos estado así, con cinco años de inestabilidad como si las elecciones del 2016 en realidad nunca hubiera terminado. Si hasta le pusieron al presidente actual como apodo ese personaje.

Así como muchos sin leer El capital hablan de comunismo, puedo darme el lujo de comentar el Quijote cuando me faltan todavía algunos capítulos. Igual prefiero leer novelas que planes de gobierno, tienen menos fantasía. Y, ahora que recuerdo, para las elecciones del 2011 también comenté un libro un poco antes de terminarlo. 


 El clásico de Cervantes es también un buen ejemplo de las clasificaciones maniqueas: de un lado el flaco Alonso Quijano y de otro Sancho Panza, el loco idealista frente al pragmático que piensa primera en su barriga. Pareciera que el dilema que enfrentaremos mañana en las urnas es un poco así, o al menos de esa forma nos lo plantearon. 

Creo que no es necesariamente así, no es un duelo entre los principios y la economía. Más bien tal vez se sobrevalora al muy leído Quijote, obsesionado por la caballería como otros por la "democracia", frente al hombre de campo considerado ignorante y rústico que, como Sancho, habla enredado o pronunciando mal las palabras. Como sí solo ellas importaran. "Dale crédito a las obras y no a las palabras" (2da parte, cap. XXV). Entre alguien que dice que cerrará el Tribunal Constitucional, cambiará la Constitución, se quedará muchos años y alguien que ya participó de un gobierno que lo hizo es fácil saber a quien se le cree más. 

Cuidado con meternos nuevamente a la Cueva de Montesinos o liberar galeotes por seguir nuestros prejuicios, pues "hacer bien al villano es como echar agua en la mar" (1ra parte, cap. XXIII). De los dos partidos, uno tiene un capítulo entero, de los más largos, en Historia de la corrupción en el Perú, el libro que leía en las elecciones del 2016.

Sancho Panza aunque fuera un mal orador y no tuviera ninguna experiencia, no fue un mal gobernador de la ínsula Barataria o, al menos, supo resolver con inteligencia los casos en los que la población le pidió justicia.

Al final, supongo que las personalidades se invierten y no solo entre Don Quijote y Sancho, sino también en una candidata que ahora quiero aumentar bonos y los programas sociales que criticó a su rival de hace diez años. 

Nuestras situaciones también se invierten y a los hijos nos toca ser padres (como me enteré que me va a pasar). Como con la paternidad, con el voto hay que asumir la responsabilidad. Y sin miedo, porque así no se puede criar ni menos educar a nadie. El Quijote no tuvo medio al enfrentarse al rey de la selva y por eso dejó de ser El Caballero de la Triste Figura para convertirse en El Caballero de los Leones. Dejemos la tristeza y luchemos como fieras. Y que sobreviva el mismo que en la novela de Fresán. Yo votaré por Castillo.

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29 may 2021

Sobre marcapáginas

29 may 2021

3 floritos

Durante la infancia, todo es más simple. Por eso, en mis primeras lecturas, no usaba marcapáginas ¿existían siquiera? En una época en que conseguir leche, arroz, azúcar o “productos de primera necesidad”, por usar la ordinaria expresión periodística, era algo complicado, dudo que nadie haya tenido entre sus prioridades la adquisición de libros, menos de marcadores.



Confiaba en mi memoria, casi vacía de recuerdos y limpia de preocupaciones, para regresar a la parte en que se había detenido la acción. Muchas veces me equivocaba y terminaba releyendo algo que mis ojos ya habían visitado la noche anterior, pero no me importaba. No tenía apuro por terminar el libro de turno, en esos tiempos no existían planes lectores, conteos de goodreads, ni plazos. Uno leía con la alegría e ingenuidad de cualquier otro juego. Con esa misma ingenuidad, prefiero pensar que tampoco existían marcapáginas.

Fue a finales de la secundaria, o tal vez en la universidad, en que plantaba, cual bandera de explorador, cualquier cosa como señalador a mitad de un libro como diciendo que lo que estaba detrás ya había sido conquistado y lo que viene después es territorio salvaje y desconocido, en la que pronto mi mirada pasaría su estampa civilizadora.

Tan egregios propósitos eran cumplidos con modestos medios (lo usual era un boleto de bus). Pero ya me había contagiado con el hábito de controlar el proceso de mi propio placer. Como contraparte, perdí por completo la costumbre de releer: si no estaba dispuesto a leer dos veces la misma página, menos aún el mismo libro. En la adolescencia y juventud surge esta obsesión con la novedad, con probar cosas nuevas, sean lugares o drogas. No hay tiempo que perder. Todo va rápido y los libros hay que acabarlos ya, porque siempre hay un nuevo autor a descubrir o porque te lo pide la biblio.

Cuando tuve mi primer trabajo decente me aventuré a una de las ferias de libros y, la adquisición de, creo, la autobiografía de Borges vino con un separador de regalo. Durante la facultad, se sumergió en Capote, Joyce, Dos Passos, Graham Greene, Steinbeck y todos los escritores anglosajones que descubrí en esos años además, claro, de los nacionales y cualquiera que llegara a mis manos, de Kundera a Musil, de Bolaño y Dostoyevski. Se casi volvió parte de mi aspecto cotidiano y lo tenía siempre entre los dedos mientras lo leía, mucho más económico y saludable que los predecibles cigarros. Luego de una extensa sesión de lectura, clavar la bandera en un nuevo hito y exhalar un suspiro con la satisfacción de la tarea cumplida era también parte del placer literario “después de”. Aunque tuve y tengo muchos marcapáginas, ese aún lo conservo y a veces sale de su retiro para recordar que se siente echarse en un mullido campo de papel. Es, tal vez, el trozo de cartulina más culto que he conocido.

Trabajé en una imprenta en mi último año de carrera. Lo reducido de mi sueldo combinaba bien con la modestia de mi ropa, costumbres y de mi único señalador ¿para qué necesitar más? No era de leer dos o más libros a la vez. En la imprenta veía como elaboraban los marcadores: era básicamente lo que sobraba del foldcote de la carátula luego de pasar por la guillotina y, para no desperdiciar material se convertía en separador (es fácil darse cuenta en algunos libros de Estruendomudo). Con ello, le perdí a estos accesorios el poco respeto que les tenía. 


En las ferias del libro regalábamos por la compra un par de señaladores y no faltaba el candor del cliente que se alegraba por tan común obsequio. Una vez, metí como veinte marcapáginas a la bolsa de una compradora que me miró, ya no con gratitud, sino con sorpresa y hasta algo de indignación: le estaba mostrando que esos objetos eran tan inútiles como una tarjeta de presentación y tan absurda como coleccionar granos de arena.

A pesar de eso, y en franco signo de contradicción conmigo mismo, no desechaba los múltiples marcapáginas que fui juntando con el tiempo. Eran como recuerdos que me daba pena botar y ocupaban tan poco espacio que fueron acumulándose en un cajón con entradas a conciertos, boletos de cine, cards, y cosas así. Fueron aumentando y extendiéndose a nuevas latitudes: separadores de Argentina, Colombia, México, Cuba, Costa Rica, España, no solo de librerías y editoriales, también de universidades, museos, bibliotecas, institutos, ONGs y hasta bancos y marcas de vino, en español, inglés e italiano.


Supongo que, exceptuando los regalados, por familia y amigos, iré eliminando el resto: ya tengo muchas lecturas pendientes, no necesito marcadores vírgenes que nunca han reposado su frágil cuerpo sobre las blancas y cálidas páginas de un buen libro. No quiero esos pendientes en mi conciencia.

 

 

 

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24 feb 2021

"El perfil del lagarto" - Carlos Paredes (reseña)

24 feb 2021

2 floritos

Tal vez Vizcarra no sea tan malo como lo critican sus detractores ni tan bueno como lo alaban sus fans. Lo mismo pasa con este libro y aun con esta reseña-crítica-comentario.



El inicio es interesante, relatando los comienzos del ex mandatario y algunas irregularidades en las que participó durante finales de los 80 y 90 (es decir, cochinadas durante Alan y Fujimori ¿cuál es la novedad?). Luego, sus pininos en política postulando al Gobierno Regional por el APRA en una fraudulenta elección  y su participación en el "Moqueguazo" durante el segundo gobierno de Alan Damián (es decir, corrupción aprista, nuevamente ¿cuál es la novedad?).

Quizás el punto fuerte del libro es el análisis del paso de modesta lagartija a lagartón como Gobernador Regional en la que existen denuncias muy documentadas (como Lomas de Ilo y el tema Obrainsa) que merecen que se sigan investigando. Aunque también hay otras no tan sólidas como la Ruta del Pisco e incluso algunas que el propio autor cataloga como "leyenda urbana" (el barco del Chapo Guzmán), mezclado con comentarios ambiguos sobre contrataciones públicas (¿se habrá asesorado con alguien que realmente domine el farragoso tema legal?) en las que sus apreciones sobre adicionales y fraccionamiento tal vez no sean tan exactas.

Algunas exageraciones como comparar Pasto Grande con Machu Picchu (?) (p. 113) e incluso abiertas inexactitudes. Mencionaré dos: 1) p. 169: decir que los Bomberos dependían del Ejecutivo desde el gobierno de Humala (es mucho antes de eso) o 2) p. 180: Que Francisco Diez Canseco postula por primera vez a la presidencia este

 2021 (postuló también en 2016).

Pero sobre todo incomoda lo abiertamente agresivo que es con algunos de sus colegas (como César Romero y Rosa María Palacios) y, en cambio, lo sobón que es con otras personas como Beto Ortiz e incluso referirse a Germán Málaga como el "prestigioso Dr. Málaga" (?) (p. 223). No seas malo.

El texto baja un poco en la parte en que el lagartazo ya es un Godzilla que ocupa la Presidencia del Perú, capítulos en los que pudo haber más sustancia: se centra en personajes mediáticos (como Richard Swing o Hayimi) pero no dice casi nada del escándalo de los Cuellos Blancos, el referéndum o el cierre del Congreso. Hubiera sido interesante profundizar también en eso.

Las 3 partes más graciosas/irónicas del libro:

1. La primera investigación contra MV fue en los 90 en una Comisión del Congreso que recomendó denunciarlo por beneficiar a Jorge Camet en una obra, el único parlamentario que se abstuvo en la votación fue... Rafael Rey (p. 29)

2. En el 2006, el rival de Vizcarra en las elecciones para el Gobierno Regional de Moquegua fue víctima de una maniobra hecha por... Mauricio Mulder (p. 48)

3. El autor le escribió por whatsapp a Rossana Cueva (que se supone era su amiga) para denunciar el tema de las Vacunas VIP. Cueva lo dejó en visto. El autor insistió. Nada ¿Qué raro no? (p. 223)

Quizás esta reseña no sea confiable pues debo admitir que lo leí de un PDF. Aunque tal vez este ¿ensayo, reportaje largo, intento de biografía? tampoco lo sea desde que el autor fue asesor de Mercedes Aráoz.

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15 ene 2020

Un año femenino

15 ene 2020

2 floritos
Pensar que en el 2011 y 2012 hacíamos una listaza de los libros leídos como resumen del año. Ahora, en lo que parece casi una competencia de carácter deportivo para ver "quien lee más", vemos en goodreads cada reto más atorrante que el otro y en Instagram todo es "20/40", "55/60" entre otros guarismos que solo reencarnan el pánico infantil que le tuve durante la primaria a las fracciones.

Suficiente motivo para que los resúmenes del año sean hace tiempo distintos porque, para empezar, da flojera hacerlos a fin del año viejo, siendo los indicado escribirlos al comienzo del nuevo con toda la perspectiva que te dan miserables quince días extra.

Al inicio del año (bueno, en marzo-abril) dos referencias libreras ocupaban primeras planas: la primera, sobre el flamante nuevo Primer Ministro:



La segunda, un libro que fue motivo de polémica aunque seguramente nadie lo haya leído (?) (al menos no sale ne goodreads):



Sin duda este fue el año de Vargas Llosa, no solo por Tiempos recios que nos hizo recordar por momentos sus mejores épocas, sino hasta por haber sido homenajeado con su propia FIL. Solo el cumpleaños del Nobel pasaría algo desapercibido en el face de la Universidad San Marcos, en comparación con la muerte de "perrovaca". 

Este año, Bryce anunció su retiro de la literatura. Aunque hubo otro retiro más sonado, el del propio MVLL de la presentación del libro La literatura es fuego de Mariana de Althaus en la FIL. Luego la propia Mariana retiraría también la presentación de los eventos programados. Esto empezó por la crítica a la Bienal MVLL en la que se cuestionaba el número de mujeres participantes y terminaría en el roche de la inauguración de la misma FIL en una mesa compuesta exclusivamente por hombres. Sobre ello, algo escribí aquí.



Entre memes del gato y del Joker, la parlamentaria Karina Beteta superaría a Joyce con un enredado discurso que bien merecía que cierren el Congreso (al final eso ocurrió). Y para que vean que los libros siguen siendo apreciados en nuestro país, una chica que arrolló con su auto y mató a dos jóvenes salió a dar una entrevista con una bonita biblioteca de fondo, como recurso clásico para parecer buena onda.



Siguiendo en #ModoLector, como todos los años, se discutió la renovación de la Ley del libro y nuevamente se prorrogó su vigencia, para beneplácito de nuevas librerías como la de Estruendomudo o la web de Buscalibre. Mientras en el Perú seguíamos discutiendo estos trascendentales temas y en Suecia se revelaba al ganador del Nobel del 2018, con un año de retraso, por el escándalo sexual ya conocido y, claro también al del 2019; en Sudamérica estallaba una pequeña revolución.

Llamada por algunos el "nuevo boom latinoamericano", escritoras de nuestro continente continuaban ocupando portadas, integrando recuentos y obteniendo premios. Algunas ya las había leído como Samanta Schweblin y otras, venidas de Ecuador, eran un grato descubrimiento; como María Fernanda Ampuero y Mónica Ojeda; de Ecuador.

Fue en ese país (que por fin visité este año) donde también empezaron una serie de protestas que seguirían en Chile (donde se colocaban carteles con extractos de un libro de Zambra y Zurita salía a marchar bandera en mano) y Bolivia (donde un escritor ganaría las elecciones hasta antes de un golpe de Estado). 



¿Y acá? Discutiendo sobre el número de "había" de Mañana tendremos otros nombres de Patricio Pron. Hasta que el Tribunal Constitucional no tuvo mejor idea que liberar a Keiko Fujimori y, en esa fatídica sentencia, citar innecesariamente Los geniecillos dominicales de Ribeyro, que debe estar revolcándose en su tumba. Al menos este año no nos malograron la Navidad ni el Año Nuevo.

¿Y el resumen de la década? cuando acabe el 2020 :)
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