Probablemente asociemos Colombia con café, playas, Shakira, James Rodríguez, etc. Pero es mucho más, sobre todo cuando de libros se trata.
Por ejemplo, por estas tierras es una colombiana la que difunde con mayor fervor el gusto por los libros: Clara Elvira Ospina y su programa "Tiempo de leer". Aunque probablemente ahora se le escucha más por temas políticos y por todo el barullo producido por el despido de la periodista Milagros Leyva, no hay que olvidar que es realmente una hazaña que te den un programa en televisión para que se hable solo de libros (es el único en el país) y probablemente a cualquier otra persona le hubieran cerrado la puerta en la cara si se presentaba con una idea para un programa televisivo literario. Pero a ella no. Supongo que es la ventaja de ser la directora general del canal más visto y del grupo empresarial periodístico más poderoso del Perú, el cual concentra además la mayoría de la prensa escrita.
Pero probablemente lo que más nos venga a la mente cuando se combinan las palabras "Colombia" y "Literatura" es el genial Gabriel García Márquez, al que ojalá algún día le hagamos un especial como se merece. Sin embargo, hay muchos otros autores colombianos que he leído poco y me han gustado (Juan Gabriel Vásquez y su El ruido de las cosas al caer), que preferiría no repetir (Fernando Vallejo con La puta de Babilonia), que no me terminaron de convencer (Laura Restrepo con Delirio), pero sobre todo que tengo muchas ganas de leer como Piedad Bonnet (Lo que no tiene nombre), Santiago Gamboa (y el homenaje a Ribeyro en El síndrome de Ulises) y Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, pero la que me llama muchísimo la atención es Basura).
Lástima que, así como hay muchos escritores y a veces uno no puede conocerlos a todos, lo mismo pasa con las ciudades: no podré ir al Cali pachanguero de Niche, ni saber si las caleñas son como las flores como decía Latin Brothers, ni a la Barranquilla en la que Joe Arroyo se quería quedar, ni cruzar el río Magdalena al que cantó Fruko y sus tesos. Esta vez solo iré a Bogotá, ciudad declarada capital mundial del libro por la UNESCO y sede de una de las editoriales que me marcó para siempre, Editorial Oveja Negra. Y sospecho que me va a faltar tiempo para conocer todo lo que tiene por ofrecer.
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